Test Drive | Page 116

su regreso de los mares del Sur, en la Melanesia, y en el que las corbetas encalladas de Dumont d'Urville estuvieron a punto de perderse por completo en 1840. El Nautilus, supe-rior a todos los peligros del mar, se disponía, sin embargo, a desafiar a los arrecifes de coral. El estrecho de Torres tiene unas treinta y cuatro leguas de anchura, pero se halla obstruido por una innumerable canti-dad de islas, islotes, rocas y rompientes que hacen casi impracticable su navegación. Por ello, el capitán Nemo tomó to-das las precauciones posibles para atravesarlo. Flotando a flor de agua, el Nautilus avanzaba a una marcha moderada. Su hé-lice batía lentamente las aguas, como la cola de un cetáceo. Mis dos compañeros y yo aprovechamos la ocasión para instalarnos en la plataforma. Ante nosotros se elevaba la ca-bina del timonel, quien, si no me engaño, debía ser en esos momentos el propio capitán Nemo. Tenía yo a la vista los excelentes mapas del estrecho de To-rres levantados y trazados por el ingeniero hidrógrafo Vin-cendon Dumoulin ypor el teniente de navío Coupvent Des-bois almirante en la actualidad , integrantes del estado mayor de Dumont d'Urville durante el último viaje de cir-cunnavegación realizado por éste. Estos mapas son, junto con los del capitán King, los mejores para guiarse por el in-trincado laberinto del estrecho, y yo los consultaba con una escrupulosa atención. El mar se agitaba furiosamente en torno al Nautilus. La corriente de las olas, que iba del Sudeste al Noroeste con una velocidad de dos millas y media, se rompía en los arrecifes que asomaban sus crestas por doquier. Mal está la mar dijo Ned Land. Detestable, en efecto le respondí , y más aún para un barco como el Nautilus. Muy seguro tiene que estar de su camino este condena-do capitán dijo el canadiense para meterse por aquí, entre estas barreras de arrecifes que sólo con rozarlo pueden rom-per su casco en mil pedazos. Grande era el peligro, V