6. Pero cuando nuestro Padre Dios establece el reino del alma,
derrama sus bendiciones, como la lluvia, sobre los tronos de
los reyes de la tierra que gobiernan con rectitud.
7. No es una ley que Dios derogará; su espada se levanta contra
la injusticia, el desenfreno y el crimen.
8. Ahora bien, mientras los reyes de Roma obren en justicia, y
amen la bondad y caminen humildemente con su Dios, la
bendición del Dios Trino y Uno descansará sobre ellos.
9. No tienen que temer al mensajero que Dios manda a la tierra.
10. No fui llamado a sentarme en un trono para gobernar como
gobierna César, y bien podéis decir al gobernante de los judíos
que no soy pretendiente de tal trono.
11. Los hombres me llaman el Cristo y Dios me ha reconocido
ese título. Pero el Cristo no es un hombre. Cristo es Amor
Universal, y Amor es Rey.
12. Este Jesús no es sino un hombre preparado por tentaciones
vencidas, por múltiples pruebas, para ser el templo a través del
cual el Cristo puede manifestarse a los hombres.
13. Si es así, Oídme, vosotros hombres de Israel. No miréis mi
lado corpóreo que no es el Rey. Mirad al Cristo interior que
tiene que formarse dentro de cada uno de vosotros, como se ha
formado en mí.
14. Cuando hayáis purificado vuestros corazones por la fe, el
rey entrará dentro, y veréis su faz.
15. Y entonces las gentes preguntaron: ¿Qué debemos hacer
para que nuestros cuerpos sean digna morada del rey?
16. Y Jesús dijo: Todo lo que tienda a purificar el pensamiento,
la palabra y la obra, limpiará el templo de la carne.
17. No hay reglas que puedan aplicarse a todos, porque los
hombres son especialistas en el pecado: cada uno tiene su
propio vicio.
18. Y cada uno debe estudiarse a sí mismo para determinar
cómo puede transmutar sus tendencias en rectitud y en amor.
19. Hasta que el hombre alcance el plano superior y se divorcie
del egoísmo, la siguiente regla es la que da mejores resultados.
20. Haced a los demás hombres lo que querríais que ellos os
hagan a vosotros.
21. Y muchas de las gentes dijeron: Conocemos que Jesús es el
Cristo, el rey que debía venir; bendecido sea su nombre.