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98 Anastasio Ovejero Bernal En concreto, como ya hemos visto, Schachter proponía que nuestra experiencia de cualquier estado emocional (por ejemplo, el miedo, la cólera o la alegría) es resultado de dos factores que operan juntos. Primero, deberá haber alguna excitación fisiológica; y segundo, el estado emocional preciso estará determinado por la atribución cognoscitiva que hagamos para explicar y etiquetar esa excitación fisiológica. De hecho, desde el punto de vista meramente fisiológico, una emoción es bastante similar a otra, de forma que podemos experimentar la activación como alegría si estamos en una situación eufórica (por ejemplo, después de haber obtenido un sobresaliente en el examen de psicología social), como enojo si el ambiente es hostil (por ejemplo, después de que nuestro equipo favorito de fútbol perdiese el partido en el último minuto) o como amor apasionado, si la situación es romántica (por ejemplo, cuando la chica de nuestros sueños nos acompañó a pasear por el campo un maravilloso atardecer otoñal). Según este enfoque, el amor apasionado sería la experiencia psicológica de ser activado biológicamente por alguien a quien encontramos atractivo. Esto es lo que hicieron Berscheid y Walster (1978) quienes defienden una concepción del amor absolutamente desmitificadora por una parte y escasamente racional por otra, en la que dan importancia decisiva a la situación. A su juicio, durante la socialización hemos aprendido, más o menos bien, a etiquetar correctamente distintas emociones (alegría, miedo, tristeza) a partir de las señales de la situación y de los modelos que hemos observado previamente. Pero el amor apasionado no es precisamente una emoción que se experimente con frecuencia en la familia o en la vida cotidiana de un adolescente, por lo que éste no lo aprende adecuadamente. De esta manera, puede llevar a cabo una atribución errónea y denominar amor apasionado a lo que experimenta un día en que, por ejemplo, acompañado de una amiga, va a ver las listas definitivas de los que han aprobado la oposición a la que se había presentado unos días antes. Esto explicaría, por ejemplo, los súbitos enamoramientos de los soldados en campañas bélicas, siendo el objeto amoroso, pues, bastante intercambiable. Y es que, según esta teoría, no importa tanto de dónde provenga la excitación cuanto atribuir tal excitación a la presencia del amor, es decir, a que «debo estar enamorado». Dos estudios muy interesantes ilustran la utilidad de este análisis del amor apasionado: Valins (1996) llevó a cabo un experimento en el que mostraba unas transparencias de mujeres desnudas a sus sujetos, estudiantes varones. Conforme se proyectaban las transparencias, los estudiantes iban informando acerca de los cambios que se iban produciendo en su ritmo cardíaco a través de audífonos conectados a una máquina que supuestamente vigilaba su pulso cardíaco. De hecho, la información que les daba la máquina era absolutamente falsa y estaba manipulada por el experimentador. Pues bien, con algunas transparencias los estudiantes no «percibían» cambios en su pulso, mientras que con otras sí «percibían» un rápido incremento. Valins argumentaba que los estudiantes interpretarían que el cambio de su ritmo cardíaco se debería a la atracción de la mujer de