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92 Anastasio Ovejero Bernal engaño amoroso), provocando una disminución de la energía y del entusiasmo por las actividades vitales (diversiones, placeres, etc.) y, cuanto más se profundiza y se acerca a la depresión, más se enlentece el metabolismo corporal. Sin embargo, ahora que creíamos haber solucionado, a través de la biología, el problema de la existencia de las emociones, y más aún cuando Goleman nos dice que la distinta impronta biológica propia de cada emoción evidencia que cada una de ellas desempeña un papel único en nuestro repertorio emocional, nos deja como estábamos cuando añade que existen algunos expertos que defienden la hipótesis de que las diferentes emociones se solapan entre sí y que, en este sentido, no existe una diferencia clara entre ellas (véase Ekman y Davidson, 1994). Estas predisposiciones biológicas a la acción son modeladas posteriormente por nuestras experiencias vitales y por el medio cultural en que nos ha tocado vivir. La pérdida de un ser querido, por ejemplo, provoca universalmente tristeza y aflicción, pero la forma en que expresamos esa aflicción —el tipo de emociones que expresamos o que guardamos en la intimidad— es moldeada por nuestra cultura, como también lo es, por ejemplo, el tipo concreto de personas que entran en la categoría de «seres queridos» y que, por tanto, deben ser llorados (Goleman, 1996, pág. 28). 3) Modelo de Marañón-Schachter: