Emociones y relaciones íntimas: la conducta amorosa
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preponderancia del corazón sobre la cabeza en los momentos realmente
cruciales. Son las emociones —afirman— las que nos permiten afrontar
situaciones demasiado difíciles —el riesgo, las pérdidas irreparables, la persistencia en el logro de un objetivo a pesar de las frustraciones, la relación
de pareja, la creación de una familia, etc.— como para ser resueltas exclusivamente con el intelecto. Cada emoción nos predispone de un modo diferente a la acción; cada una de ellas nos señala una dirección que, en el
pasado, permitió resolver adecuadamente los innumerables desafíos a que
se ha visto sometida la existencia humana (véase Ekman, 1992). En este
sentido, nuestro bagaje emocional tiene un extraordinario valor de supervivencia y esta importancia se ve confirmada por el hecho de que las emociones han terminado integrándose en el sistema nervioso en forma de tendencias innatas y automáticas de nuestro corazón (Goleman, 1996, páginas 22-23). De hecho, existen centenares de emociones y muchísimas más
mezclas, variaciones, mutaciones y matices diferentes entre todas ellas
(Goleman, 1996, pág. 442): Ira (rabia, enojo, resentimiento, furia, exasperación, indignación, acritud, animosidad, irritabilidad, hostilidad y, en caso
extremo, odio y violencia); Tristeza (aflicción, pena, desconsuelo, pesimismo, melancolía, autocompasión, soledad, desaliento, desesperación y, en
caso patológico, depresión grave); Miedo (ansiedad, aprensión, temor, preocupación, consternación, inquietud, desasosiego, incertidumbre, nerviosismo, angustia, susto, terror y, en el caso de que sea psicopatológico, fobia
y pánico); Alegría (felicidad, gozo, tranquilidad, contento, beatitud, deleite,
diversión, dignidad, placer sensual, estremecimiento, rapto, gratificación,
satisfacción, euforia, capricho, éxtasis y, en caso extremo, manía); Amor
(aceptación, cordialidad, confianza, amabilidad, afinidad, devoción, adoración, enamoramiento); Sorpresa (sobresalto, asombro, desconcierto, admiración); Aversión (desprecio, desdén, displicencia, asco, antipatía, disgusto y
repugnancia); Vergüenza (culpa, perplejidad, desazón, remordimiento,
humillación, pesar y aflicción). Y todas ellas cumplirían unas funciones
muy concretas. Así, el amor, los sentimientos de ternura y la satisfacción
sexual activan el sistema nervioso parasimpático, produciendo un estado de
calma, relajación y satisfacción que favorece la convivencia. El arqueo de
las cejas, que aparece en los momentos de sorpresa aumenta el campo
visual y permite que penetre más luz en la retina, lo que nos proporciona
más información sobre el acontecimiento inesperado, facilitando así el descubrimiento de lo que realmente ocurre y permitiendo elaborar, en consecuencia, el plan de acción más adecuado. El enojo aumenta el flujo sanguíneo a las manos, haciendo más fácil empuñar un arma o golpear a un
enemigo, así como el ritmo cardíaco y la tasa de hormonas que, como la
adrenalina, generan la cantidad de energía necesaria para acometer acciones vigorosas. Igualmente, en el caso del miedo la sangre se retira del rostro, lo que explica la palidez y la sensación de «quedarse frío», y fluye a la
musculatura esquelética larga (piernas, etc.) favoreciendo así la huida. También la principal función de la tristeza consiste en ayudarnos a asimilar una
pérdida irreparable (como la muerte de un ser querido o un gran des-