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90 Anastasio Ovejero Bernal tigación está en marcha, no hay vuelta atrás para preguntar si existe, de hecho, algo. c) La tercera postura, la construccionista constrasta vivamente con las dos anteriores. En efecto, para los construccionistas el intento mismo de identificar las emociones es algo confuso. El discurso emocional consigue su significado no en virtud de su relación con un mundo interior (de la experiencia, disposición o biología), sino por el modo en que éste aparece en las pautas de la relación cultural. Como subraya Gergen, las emociones no tienen influencia en la vida social, es que constituyen la vida social misma. Además, la posición construccionista es altamente compatible con buena parte de la investigación antropológica e histórica. Tal como este tipo de investigación sugiere, tanto el vocabulario de las emociones como las pautas que los occidentales damos en llamar «expresión emocional» varían espectacularmente de una cultura a otra o de un período histórico a otro (Shweder, 1991; Lutz y Abu-Lughod, 1990). Por ejemplo, ya no hablamos abiertamente de nuestra melancolía o acidia, como causas que nos podrían dispensar de trabajar o de las obligaciones sociales, pero sí lo hubiéramos podido hacer en el siglo xvii. Y en cambio, sí hablamos, sin problemas, de nuestra depresión o de lo quemados que estamos por el estrés laboral, términos estos que no hubiera sido posible utilizar hace sólo un siglo. «Este tipo de variaciones sociohistóricas son difíciles de cuadrar con la presuposición individualista de propensiones universales y biológicamente fijas» (Gergen, 1996, pág. 274). Modelos explicativos Entre los diferentes modelos que se han propuesto para explicar las emociones, además del modelo relacional de Gergen y de la psicología socioconstruccionista, del que ya hemos dicho algo, me gustaría destacar estos tres: 1) Modelo conductista: este modelo considera a las emociones como meras