Test Drive | Page 83

84 Anastasio Ovejero Bernal duos se atrajeran mutuamente y estuviesen en total desacuerdo al opinar o interesarse sobre diferentes temas sería «desequilibrada» y tendería a modificarse de algún modo, con lo que, a la postre, una relación atractiva entre dos personas exige esa comunidad de intereses y actitudes (Sangrador, 1982, pág. 16). 4) Conplementariedad de necesidades: ahora bien, todo lo que llevamos dicho sobre la relación entre atracción y semejanza, ¿no está en flagrante contradicción con el principio de complementariedad, o sea, con la creencia popular de que los opuestos se atraen? Pues bien, no parece existir contradicción alguna. Con palabras de Sangrador (1982, pág. 17) diremos que la similaridad hace referencia a actitudes e intereses, mientras que la complementariedad lo es de necesidades, personas o rasgos básicos de carácter; no son, pues, dos factores incompatibles. Pero, además, todo parece indicar que ambos determinantes operan de modo y en momentos diferentes. Para explicar esto ha sido formulada la hipótesis de filtro, según la cual al principio de una posible relación, los individuos se dirigen a quienes ven similares a ellos en actitudes e intereses. Pero tal similitud, que probablemente basta para explicar la mayoría de las relaciones puramente amistosas, no permite predecir relaciones más profundas. Así, la elección de pareja se debería no a la similitud —que se da por supuesta— sino a la complementariedad de necesidades: de entre los similares en actitudes e intereses, la persona «elegida» sería aquella cuyas necesidades y rasgos básicos de personalidad fueran complementarios a los propios, lo que aseguraría una relación equilibrada y mutuamente recompensante. 5) Reciprocidad: el mero hecho de percibir indicios de ser estimado por otro ya produce atracción interpersonal. De todas formas, la atracción interpersonal, que nace de saberse querido o de percibir en los demás signos de aceptación y estima, no sigue en todos los casos el parámetro de una justa proporcionalidad recíproca: hay sujetos ansiosos, relativamente inseguros de sí mismos y con baja autoestima a quienes recompensa muchísimo una manifestación de afecto por parte de los demás y a quienes afecta de modo patético cualquier pequeño signo de rechazo o desaprobación. En cambio, las personas con una autoestima normal o alta no necesitan tanto los signos de aprobación. 6) Asociación: no sólo nos agradan las personas que nos recompensan cuando estamos con ellas; también nos agradan aquellas a quienes asociamos con los buenos sentimientos: el condicionamiento social crea sentimientos positivos hacia quienes se vinculan con eventos recompensantes. Así, cuando, después de una semana difícil, nos relajamos sentados a la sombra de un árbol y disfrutamos de una buena comida, probablemente sintamos una calidez especial hacia los que nos rodean. Sin embargo, es menos probable que nos agrade alguien al que conozcamos mientras sufrimos un insoportable dolor de muelas. Así, ya hace años que Maslow y Mintz (1956) encontraron que cuando a sus sujetos les presentaban una serie de fotografías de otras personas mientras se encontraban en una habitación elegante, lujosamente amueblada y con una luz tenue, las eva-