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Anastasio Ovejero Bernal
duos se atrajeran mutuamente y estuviesen en total desacuerdo al opinar
o interesarse sobre diferentes temas sería «desequilibrada» y tendería a
modificarse de algún modo, con lo que, a la postre, una relación atractiva
entre dos personas exige esa comunidad de intereses y actitudes (Sangrador, 1982, pág. 16).
4) Conplementariedad de necesidades: ahora bien, todo lo que llevamos
dicho sobre la relación entre atracción y semejanza, ¿no está en flagrante
contradicción con el principio de complementariedad, o sea, con la creencia popular de que los opuestos se atraen? Pues bien, no parece existir
contradicción alguna. Con palabras de Sangrador (1982, pág. 17) diremos
que la similaridad hace referencia a actitudes e intereses, mientras que la
complementariedad lo es de necesidades, personas o rasgos básicos de
carácter; no son, pues, dos factores incompatibles. Pero, además, todo
parece indicar que ambos determinantes operan de modo y en momentos
diferentes. Para explicar esto ha sido formulada la hipótesis de filtro, según
la cual al principio de una posible relación, los individuos se dirigen a quienes ven similares a ellos en actitudes e intereses. Pero tal similitud, que
probablemente basta para explicar la mayoría de las relaciones puramente
amistosas, no permite predecir relaciones más profundas. Así, la elección
de pareja se debería no a la similitud —que se da por supuesta— sino a la
complementariedad de necesidades: de entre los similares en actitudes e
intereses, la persona «elegida» sería aquella cuyas necesidades y rasgos
básicos de personalidad fueran complementarios a los propios, lo que aseguraría una relación equilibrada y mutuamente recompensante.
5) Reciprocidad: el mero hecho de percibir indicios de ser estimado
por otro ya produce atracción interpersonal. De todas formas, la atracción
interpersonal, que nace de saberse querido o de percibir en los demás
signos de aceptación y estima, no sigue en todos los casos el parámetro de
una justa proporcionalidad recíproca: hay sujetos ansiosos, relativamente
inseguros de sí mismos y con baja autoestima a quienes recompensa muchísimo una manifestación de afecto por parte de los demás y a quienes afecta
de modo patético cualquier pequeño signo de rechazo o desaprobación. En
cambio, las personas con una autoestima normal o alta no necesitan tanto
los signos de aprobación.
6) Asociación: no sólo nos agradan las personas que nos recompensan
cuando estamos con ellas; también nos agradan aquellas a quienes asociamos con los buenos sentimientos: el condicionamiento social crea sentimientos positivos hacia quienes se vinculan con eventos recompensantes.
Así, cuando, después de una semana difícil, nos relajamos sentados a la
sombra de un árbol y disfrutamos de una buena comida, probablemente
sintamos una calidez especial hacia los que nos rodean. Sin embargo, es
menos probable que nos agrade alguien al que conozcamos mientras sufrimos un insoportable dolor de muelas. Así, ya hace años que Maslow y
Mintz (1956) encontraron que cuando a sus sujetos les presentaban una
serie de fotografías de otras personas mientras se encontraban en una
habitación elegante, lujosamente amueblada y con una luz tenue, las eva-