La atracción interpersonal
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En definitiva, «la creencia de que la apariencia importa poco puede ser
otro ejemplo de nuestra negación de las influencias reales que nos afectan,
porque ahora hay todo un archivo lleno de estudios de investigación que
muestran que la apariencia sí importa. La consistencia y penetración de
este efecto es asombrosa, incluso desconcertante. La buena apariencia es
una gran ventaja» (Myers, 1995, pág. 441), aunque parecen existir diferencias de género. Las mujeres parecen ser más sabias que los hombres, según
el consejo de Cicerón, ya que para elegir pareja valoran menos que los
hombres el atractivo físico (Feingold, 1990, 1991) y más otras variables más
consistentes como la bondad, la inteligencia, etc.
No obstante, debemos relativizar mucho la importancia del atractivo
físico, como lo sugieren estos tres tipos de datos: primero, aunque el atractivo físico ejerce una gran influencia sobre la atracción interpersonal, no es
el principal factor determinante. Así, en una encuesta hecha a universitarios sobre los rasgos que desearían en su futura pareja, los hombres eligieron la belleza en el lugar 12.º y las mujeres en el 20.º; segundo, no sólo percibimos a las personas atractivas como agradables, sino que también
percibimos a las personas agradables como atractivas; y, por último, para
relaciones interpersonales de larga duración el atractivo físico ya no es tan
decisivo como para las cortas y superficiales, sino que se hacen más importantes otros rasgos (bondad, inteligencia, altruismo, ideas políticas, creencias religiosas, etc.) así como la similitud en creencias y opiniones.
3) Semejanza en actitudes y opiniones: ya Byrne (1971) llegó a la conclusión de que la atracción respecto de una persona que no conocemos
estará en función de la proporción de opiniones semejantes que compartamos con ella, sea cual sea el contenido de estas opiniones. Byrne explica
este fenómeno a partir de las teorías de la comparación social y del
refuerzo social. Tendemos a comparar nuestras actitudes con las de otras
personas, principalmente cuando estamos en un estado de incertidumbre y
la realidad física no nos proporciona información suficiente. En este proceso de comparación, el encontrar actitudes u opiniones semejantes actúa
como un apoyo, una validación de nuestras propias actitudes o creencias.
Constituye, pues, un refuerzo que permite prever una relación de simpatía.
A partir de estos estudios de Byrne, e incluso ya antes, esta relación positiva entre similitud de opiniones y atracción no ha hecho sino confirmarse
repetidamente: sentimos atracción por quienes manifiestan opiniones, creencias, gustos y actitudes semejantes a las nuestras. ¿A qué se debe ello?
De entrada, quienes sostienen actitudes semejantes a las mías están
ofreciendo «apoyo social» a mis propias opiniones, me hacen sentirme en
lo cierto, y así refuerzan mi interacción con ellos. Consecuentemente, tenderé a relacionarme más con tales pe rsonas que con otros cuyas actitudes
sean disimilares a las mías y que, por tanto, cuestionen la validez de mis
propias actitudes, lo cual no es gratificante. Por otro lado, y según diversos autores de corte cognitivo (Heider, Newcomb, etc.) tendemos a mantener un estado de «equilibrio» entre nuestras creencias y opiniones sobre
los distintos aspectos de la realidad. Una situación en la que dos indivi-