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Anastasio Ovejero Bernal
el cual sólo aquellos fenómenos que son observables dan garantía de un
conocimiento científicamente válido; c) el conocimiento científico se produce a través de la acumulación de hechos verificados. Las teorías, de
acuerdo con este principio del inductivismo, se construirán a partir de esos
hechos bien establecidos; d) el anterior principio se complementa con el de
la deducción: una vez que se ha formulado una teoría, basándose en
hechos bien fundamentados, se deducen de ella una serie de proposiciones
particulares que serán sometidas a posterior verificación empírica; y e) por
último, la ciencia debe caracterizarse por su objetividad y por su relación
estrecha con el mundo de los hechos que están más allá de los prejuicios,
los deseos, la ideología y los valores del investigador. En consecuencia, la
ciencia debe estar totalmente libre de valores.
Pues bien, aunque las críticas a este modelo venían de muy atrás (baste
recordar, por no poner sino un solo ejemplo, a nuestro Ortega y Gasset),
sin embargo, fue sobre todo a partir de los 60 cuando empiezan a oírse
voces, cada vez más numerosas y cada vez más fuertes, que ponen en duda
y cuestionan diferentes aspectos del positivismo. No es por azar, por consiguiente, que fuera a finales de esa década cuando tales voces comenzaran a
tener una fuerte influencia también en nuestra disciplina dando lugar a la
crisis de que ya hemos hablado.
Declive del positivismo y del empirismo
Como es bien conocido, uno de los pilares básicos sobre los que se
asienta la modernidad, ya desde Galileo, es la ciencia, la ciencia moderna.
Sin embargo, en el campo filosófico Nietzsche pulverizó hace ya un siglo
las bases en que, desde Kant, se sustenta la ciencia: la de la razón y la de
la verdad. De hecho, frente a Kant, que pretendía fundar la «verdadera»
ciencia, estableciendo las condiciones del conocimiento verdadero, Nietzsche afirma el carácter profundamente pragmático del conocimiento
humano, incluso cuando pretende ser científico y objetivo. Por tanto, nada
de objetividad. Sencillamente no existe, ni siquiera en la ciencia. «La verdad objetiva de la ciencia, que es para Kant el fundamento de su deducción, es una creencia inveterada, que tenemos por verdadera porque la
necesitamos para vivir y sobrevivir. Nada prueba que nuestras categorías
sean universales y necesarias; las tenemos confianza porque no podríamos
vivir sin ellas, pero “la vida no es un argumento”», escribe Nietzsche en
La Gaya Ciencia. Las verdades del hombre, precisamente porque el hombre tiene necesidad de ellas para vivir, «son los irrefutables errores del
hombre», añade. Por tanto, para Nietzsche, por decirlo con palabras de
Reboul (1993, págs. 21-22), la locura del positivismo mecanicista consiste
en reducir toda cualidad a lo cuantificable, ¡con lo que tenemos un
mundo fijo y muerto! Tal pretensión de cuantificar todo es tan absurda
como la de un sordo que afirmara comprender una música reduciéndola a
fórmulas matemáticas.