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Anastasio Ovejero Bernal
nes sucesivas. De hecho, el adicto al zapping se ha convertido en una imagen arquetípica de la posmodernidad. La idea de profundidad es ajena al
«auténtico» posmoderno. Como consecuencia de todo ello es natural que
también tengan que cambiar la psicología y la psicología social: porque
también están cambiando sus objetos de estudio, es decir, el ser humano,
sus motivaciones y sus relaciones interpersonales.
Sin duda, el camino que está recorriendo el pensamiento posmoderno
es un camino peligroso. Ante ello hay quienes se oponen frontalmente y
proponen una vuelta atrás al racionalismo ilustrado (Gellner), hay quienes
pretenden volver más atrás aún, a la época premoderna (Alan Bloom) y hay
quienes, entre los que me encuentro, aceptan parte de la crítica posmoderna a la vez que niegan que el proyecto de la modernidad esté totalmente
agotado. Estoy de acuerdo con Habermas (1991), en que aún merece la
pena luchar por algunos objetivos de la Ilustración como la libertad, la justicia, la igualdad y la emancipación. Pero también estoy de acuerdo con los
posmodernos en que, con frecuencia, como en la antigua URSS, tales objetivos no eran sino meros metarrelatos que ocultaban el deseo de poder y la
falta de escrúpulos de unos pocos. La solución podría estar, como defiende
Parker (en prensa), en adoptar algunas potentes críticas del posmodernismo como estrategia para profundizar en la modernidad y alcanzar más
plenamente los ideales de la Ilustración. Y es que, tras el pensamiento de
Nietzsche, Heidegger, Wittgenstein, y los posmodernos (Lyotard, etc.) difícilmente las cosas volverán a ser iguales que antes. Pero tampoco probablemente