El giro posmoderno y las orientaciones alternativas:…
423
Conclusión
El posmodernismo es la forma de pensar —y quien sabe si hasta de
sentir— de la posmodernidad. Como escribe Lyon (1996, págs. 9-10),
la posmodernidad es un concepto de varios niveles que llama nuestra
atención sobre diversos cambios sociales y culturales que se están produciendo al final del siglo xx en muchas sociedades «avanzadas»; por ejemplo, el rápido cambio tecnológico, con las posibilidades que ofrecen las
telecomunicaciones y los ordenadores; los nuevos intereses políticos y el
auge de los movimientos sociales, especialmente los relacionados con los
problemas raciales, étnicos, ecológicos y de género. Pero la cuestión es
todavía más amplia: ¿está desintegrándose la propia modernidad como
entidad sociocultural, incluido el majestuoso edificio de las concepciones
del mundo de la Ilustración? ¿Está apareciendo un nuevo tipo de sociedad, quizá estructurada en torno a los consumidores y el consumo en vez
de en torno a los trabajadores y la producción?
Yo creo que sí, y que ello está influyendo en todos los ámbitos ya no
sólo de la vida social y cultural, sino también en la forma de pensar y de
sentir de las personas, así como en su forma de relacionarse. Y están cambiando también los motivos que mueven al ser humano y a su conducta.
Mientras que la sociedad moderna era una sociedad caracterizada por el
trabajo, el ahorro, el esfuerzo y el aplazamiento de los refuerzos, en cambio
la sociedad posmoderna se caracteriza más bien por lo contrario: el consumo, el gasto, la falta de esfuerzo y el retrasar lo menos posible los refuerzos (Bauman, 1992), con las consecuencias que por fuerza ello tendrá en el
ámbito educativo (véase Ovejero, en prensa). ¡Queremos disfrutarlo todo y
ahora, mientras que el esfuerzo, si no hay más remedio que hacerlo, ya lo
haremos después! Y la tarjeta de crédito, a mi juicio símbolo perfecto de la
posmodernidad, lo facilita. El consumo, no el trabajo, se convierte en «el
eje en torno al cual gira el mundo de la vida». El placer, que antes se consideraba el enemigo de la laboriosidad capitalista, desempeña ahora un
papel indispensable. El consumo es lo que mueve los engranajes del sistema; la adicción a las tarjetas de crédito es una bendición. Y, a nivel social,
la presión para gastar se origina en la rivalidad simbólica y en la necesidad
de construir el Yo (la imagen propia) mediante la adquisición de lo distintivo y lo diferente. No hace falta recurrir a la coerción; como dice Pierre
Bourdieu (1984), la seducción es ahora el instrumento de control e integración social. Todo ello, por fuerza, lleva, o debería llevar, a cambios también profundos en la forma de construir la psicología y la psicología social
(véase Gergen, 1992, 1996). No existe el Yo ni existen realidades: sólo relaciones e imágenes. Como señala David Harvey (1990, pág. 44), «el posmodernismo nada, chapotea, en las corrientes caóticas y fragmentarias del
cambio como si eso fuera todo lo que hay». Es el mundo de la televisión,
que al mismo tiempo pertenece y contribuye a la cultura de consumo. Lo
esencial es la superficie; no hay nada tras el rápido movimiento de imáge-