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El giro posmoderno y las orientaciones alternativas:… 421 nos, hasta el punto de que Tomás Ibáñez llega a preguntarse (1992), «¿cómo se puede no ser construccionista hoy en día?», aunque a continuación añade (pág. 17) que «lo que de verdad es asombroso no es que se pueda no ser construccionista hoy en día sino que algunos seamos construccionistas. Todo predispone, en efecto, a no serlo, y quienes no son construccionistas lo tienen en realidad muy fácil. Basta con dejarse llevar por la corriente, basta con no ser críticos respecto de algunas de las evidencias mejor arraigadas en nuestra cultura, basta con dar por buenos los postulados básicos de la Modernidad». Basándose en las investigaciones de Wittgenstein sobre las «convenciones lingüísticas», el construccionismo exige que no se acepte la «evidencia» con que se nos imponen las «categorías naturales», y que se investigue el grado en que los mencionados referentes pueden no ser sino meras construcciones sociales y culturales, o meros productos de las convenciones lingüísticas. Es creencia generalizada que los científicos descubren una realidad que es externa e independiente de ellos, es decir, objetiva. Sin embargo, «la realidad supuestamente hallada es realidad inventada y su inventor no tiene conciencia del acto de su invención, sino que cree que esa realidad es algo independiente de él y que puede ser descubierta» (Watzlawick, 1989, pág. 15). También desde la perspectiva de la biologia, Varela (1989) se añade a esta corriente construccionista rechazando las aproximaciones objetivistas y subjetivistas al tema del conocimiento y defendiendo el de la participación e interpretación que supone que sujeto y objeto estén inseparablemente unidos entre sí. Ello se aplica directamente a la psicología social, aunque no sólo a ella, dado que suele adoptar como objetos de investigación las entidades o los procesos a los que hacen referencia los conceptos, acuñados en nuestro lenguaje, como si se tratara de categorías naturales cuya realidad, puntualiza Ibáñez, está atestada por el simple hecho de que forman parte de nuestro vocabulario. Por ejemplo, se supone que la «agresión» es una característica ontológica, objetiva, puesto que tenemos una palabra para designarla, cuando realmente es construida. Todo ello ha permitido interesantes estudios sobre la agresión (Gergen, 1984) o las emociones (Harré, 1986) como constructos sociales, es decir, no como categorías naturales sino construidas. Pero los conocimientos, incluidos los científicos, no sólo son construidos socialmente, es que también vienen determinados cultural e históricamente, por lo que no podrá nunca haber leyes generales en las ciencias sociales y humanas, ni tampoco, obviamente, en la psicología y en la psicología social, que, por tanto, no podrán ser ciencias en el sentido tradicional de las ciencias naturales. Una tercera característica del construccionismo social deriva de Richard Rorty y de su crítica definitiva al modelo representacionista del conocimiento (Rorty, 1979), es decir, a la idea de que el conocimiento puede considerarse como válido en la medida en que refleja o se corresponde con la realidad. De ahí se derivan dos aspectos que el construccionismo considera fundamentales (Ibáñez, 1990, págs. 229-230): El primero de ellos hace referencia a la naturaleza del saber científico como producto socialmente elaborado a tra-