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El giro posmoderno y las orientaciones alternativas:… 409 En suma, el posmodernismo es la forma de pensar que se desarrolla en la posmodernidad, y ésta, aunque podría ser vista como la faceta cultural de la sociedad posindustrial, sin embargo va más allá, extendiéndose a una serie de aspectos teóricos y de valores que están conformando la personalidad de los hombres y las mujeres de hoy día y que están guiando su conducta social y sus relaciones interpersonales, lo que exige también, obviamente, cambios profundos en la psicología y en la psicología social tradicionales, psicologías que fueron desarrolladas para otro tipo de hombre y para otro tipo de sociedad, el hombre moderno y la sociedad moderna. De hecho, existe incluso dentro de la psicología social, un posmodernismo que aunque sigue derroteros que ciertamente no son marxistas, menos aún son conservadores. Por el contrario, siguiendo las pautas marcadas por Nietzsche, Heidegger, Wittgenstein y Foucault, los psicólogos sociales posmodernos van por caminos nuevos, radicalmente contestatarios y emancipatorios, caminos que, de querer asimilarlos a alguna ideología del pasado, cosa realmente difícil, ésa sería el anarquismo, aunque para ello indudablemente deberíamos forzar y simplificar un tanto las cosas. Y, desde luego, si pretenden ser críticos y emancipadores, difícilmente podrán ya ser posmodernos en sentido estrictamente formal. Ahora bien, el movimiento posmoderno es demasiado amplio, heterogéneo y confuso como para poder entenderlo en todas sus dimensiones y definirlo con precisión. Probablemente aún nos falta la suficiente perspectiva temporal como para juzgarlo adecuadamente. Psicología social y posmodernismo La modernidad, tanto en el mundo capitalista como en el socialista, ambos herederos de la Ilustración, se caracterizaba por una firme creencia en la razón y en la ciencia, así como en sus efectos irrefutablemente beneficiosos, y en el hombre como sujeto autónomo y racional, así como en la unidad de la Historia y en el progreso histórico hacia un final brillante y feliz en la tierra. Sin embargo, todas estas creencias han ido haciéndose añicos a lo largo de este siglo, como consecuencia de una serie de «hechos», desde la filosofía de Nietzsche a la de Heidegger, desde la teoría cuántica hasta la de la relatividad, desde Heisenberg hasta Prigogine, sin olvidar la explosión de la primera bomba atómica en Hiroshima, el Holocausto y desde luego la caída del Muro de Berlín y del Imperio Soviético y, con él, de la idea y sobre todo la ilusión del comunismo (Furet, 1995), dando paso a una «era del vacío» (Lipovetsky, 1987) e incluso una «nueva Edad Media» (Minc, 1994) y, en todo caso, a una sociedad posmoderna. Todo ello, como no podía ser de otra manera, afectó también a la psicología social. De hecho, aunque tras la Segunda Guerra Mundial la psicología social vivió alrededor de tres décadas de tranquilidad y esplendor, recibiendo una fuerte financiación y estando más que satisfecha por sus hallazgos tanto teóricos como metodológicos, siempre obtenidos ambos a partir de estudios experimenta-