El giro posmoderno y las orientaciones alternativas:…
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En suma, el posmodernismo es la forma de pensar que se desarrolla en
la posmodernidad, y ésta, aunque podría ser vista como la faceta cultural de
la sociedad posindustrial, sin embargo va más allá, extendiéndose a una
serie de aspectos teóricos y de valores que están conformando la personalidad de los hombres y las mujeres de hoy día y que están guiando su conducta social y sus relaciones interpersonales, lo que exige también, obviamente, cambios profundos en la psicología y en la psicología social
tradicionales, psicologías que fueron desarrolladas para otro tipo de hombre y para otro tipo de sociedad, el hombre moderno y la sociedad
moderna. De hecho, existe incluso dentro de la psicología social, un posmodernismo que aunque sigue derroteros que ciertamente no son marxistas, menos aún son conservadores. Por el contrario, siguiendo las pautas
marcadas por Nietzsche, Heidegger, Wittgenstein y Foucault, los psicólogos sociales posmodernos van por caminos nuevos, radicalmente contestatarios y emancipatorios, caminos que, de querer asimilarlos a alguna ideología del pasado, cosa realmente difícil, ésa sería el anarquismo, aunque
para ello indudablemente deberíamos forzar y simplificar un tanto las
cosas. Y, desde luego, si pretenden ser críticos y emancipadores, difícilmente podrán ya ser posmodernos en sentido estrictamente formal. Ahora
bien, el movimiento posmoderno es demasiado amplio, heterogéneo y confuso como para poder entenderlo en todas sus dimensiones y definirlo con
precisión. Probablemente aún nos falta la suficiente perspectiva temporal
como para juzgarlo adecuadamente.
Psicología social y posmodernismo
La modernidad, tanto en el mundo capitalista como en el socialista,
ambos herederos de la Ilustración, se caracterizaba por una firme creencia
en la razón y en la ciencia, así como en sus efectos irrefutablemente beneficiosos, y en el hombre como sujeto autónomo y racional, así como en la unidad de la Historia y en el progreso histórico hacia un final brillante y feliz
en la tierra. Sin embargo, todas estas creencias han ido haciéndose añicos a
lo largo de este siglo, como consecuencia de una serie de «hechos», desde
la filosofía de Nietzsche a la de Heidegger, desde la teoría cuántica hasta la
de la relatividad, desde Heisenberg hasta Prigogine, sin olvidar la explosión de
la primera bomba atómica en Hiroshima, el Holocausto y desde luego la
caída del Muro de Berlín y del Imperio Soviético y, con él, de la idea y
sobre todo la ilusión del comunismo (Furet, 1995), dando paso a una «era
del vacío» (Lipovetsky, 1987) e incluso una «nueva Edad Media» (Minc,
1994) y, en todo caso, a una sociedad posmoderna. Todo ello, como no
podía ser de otra manera, afectó también a la psicología social. De hecho,
aunque tras la Segunda Guerra Mundial la psicología social vivió alrededor
de tres décadas de tranquilidad y esplendor, recibiendo una fuerte financiación y estando más que satisfecha por sus hallazgos tanto teóricos como
metodológicos, siempre obtenidos ambos a partir de estudios experimenta-