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408 Anastasio Ovejero Bernal lo que Nietzsche denominó «voluntad de poder». Quienes abrigan tales pretensiones se colocan por encima de aquellos a quienes exigen conformidad y, por tanto, los dominan. Todo ello significa que ya no podemos estar seguros de nada. La moralidad es una mentira; la verdad, una ficción. Todo lo que queda es la opción dionisíaca de aceptar el nihilismo, de vivir sin engaños ni fingimiento, pero con entusiasmo y alegría. De aquí se sigue que la diferencia entre verdad y error ha desaparecido, es meramente ilusoria. Fuera del lenguaje y sus conceptos no hay nada que pueda constituir —como dios— una garantía de la verdad. En este sentido, el posmodernismo supone el triunfo del anarquismo epistemológico. Más en concreto, el posmodernismo radical o anarquista se caracteriza no por una separación tajante entre modernidad y racionalidad, como hacen los críticos neoconservadores, sino por una profundización en la íntima vinculación entre ambas, con el propósito explícito de desvelar el carácter represor que conlleva la racionalidad moderna. Sintetizando mucho —y simplificando, inevitablemente— podríamos decir que la crítica de la modernidad es una puesta en cuestión de la autoridad de un sistema de legitimación racional cuyos imperativos se hacen absolutos. Esta crítica no es nueva ni original; desde el relativismo lingüístico y romántico de Herder hasta el perspectivismo orteguiano, por ejemplo, se han cuestionado en el pensamiento occidental muchos de los presupuestos de la razón absoluta (Crespo, 1995, pág. 91). Pero en la actualidad, son muchos los autores que pretenden radicalizar esta posición (Foucault, Giroux, etc.). Este posmodernismo, progresista y radical, no pretende volver al premodernismo sino ir más allá de él, superarle. En absoluto supone una oposició