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32 Anastasio Ovejero Bernal falsa una vez que la persona ha elaborado una razón fundamental en que apoyar tal creencia. Pero lo grave es que tendemos siempre a buscar razones en las que apoyar nuestras creencias. Por ejemplo, Anderson, Lepper y Ross (1980), después de darles a sus sujetos dos casos concretos para que los examinaran, les pidieron que decidieran si las personas que asumen riesgos serían buenos o malos bomberos. A unos se les daba un caso en el que se observaba que era bueno asumir riesgos mientras que a los otros se les daba el caso opuesto en el que se mostraba claramente que era peligrosísimo para un bombero asumir riesgos. Después se les pidió que escribieran las razones por las que ellos creían que era así, con lo que cada grupo se formó una teoría opuesta respecto a este tema, de tal forma que incluso cuando la información fue desacreditada al explicarles que los datos del caso habían sido inventados por el experimentador con el simple propósito de la investigación, los sujetos continuaron creyendo que «su teoría» era cierta. Una implicación de esto es que cuanto más examinamos nuestras propias teorías y explicamos cómo podrían ser ciertas, más nos vamos cerrando a la información que desafía nuestras creencias. Por ejemplo, una vez que consideramos por qué un acusado podría ser culpable o por qué alguien de quien tenemos una primera impresión negativa actúa de esa manera, mas nuestras explicaciones pueden sobrevivir, incluso desafiando toda evidencia contraria (Jelalian y Miller, 1984). Así, si nos dicen que se ha descubierto que fue un compañero nuestro quien venía robando desde hace dos años en la facultad, en seguida vamos construyendo una teoría que dé una explicación coherente de tal hecho, y para ello me iré formando una impresión negativa de tal compañero, iré recordando algunas de sus conductas y de sus dichos que parecían explicar su personalidad «ladrona», etc. Si unas semanas después nos dicen que era un error, que el ladrón no era él, sino otra persona, ajena a la facultad, pero que coincidía con él en el nombre, será ya difícil borrar la imagen negativa que de él me he hecho. Sabré que él no robó, pero sigo convencido de que podría muy bien haber sido él. En esto se basa la conocida frase, creo que goebbelsiana, de que «difama, que algo queda». Esto algunos políticos y algunos periodistas lo saben muy bien: no queda algo, queda muchísimo. Y es que nuestras creencias y expectativas afectan poderosamente a la manera en que percibimos e interpretamos los acontecimientos. Somos prisioneros de nuestros propios patrones de pensamiento. Y todo ello porque, y esto me parece uno de los pilares fundamentales que nos ayudan a entender toda la psicología, nuestras preconcepciones controlan nuestras interpretaciones y hasta nuestros recuerdos. La realidad la vemos siempre a través de nuestra percepción, de nuestras categorías, de nuestras creencias e interpretaciones previas. Y, a su vez, nuestras creencias moldean nuestras interpretaciones. Así, en un interesante estudio, Rothbart y Birrell (1977) presentaron a sus sujetos la foto de un hombre para que evaluaran su expresión facial. A la mitad se les dijo que se trataba de un líder de la Gestapo y que era responsable de horribles experimentos médicos en un campo de concentración. A la otra mitad se les dijo que era un líder antinazi clandestino y que