Las actitudes
195
Ha sido Allport ( 1935, 1954) quien más a fondo ha estudiado la historia del concepto de actitud en psicología social, y quien ha señalado las
razones de esta casi unánime aceptación (1966, pág. 60): a) se trata de un
concepto que difícilmente puede ser adscrito a alguna escuela o teoría concreta y por ello es fácilmente utilizable por varios autores; b) por su naturaleza escapa a la vieja polémica herencia-ambiente; c) es susceptible de ser
aplicado tanto a los individuos como a los grupos (actitudes colectivas); y
d) es un lugar de encuentro para psicólogos y sociólogos.
Finalmente, ¿por qué la gente adopta actitudes? La respuesta es sencilla, al menos desde una óptica funcionalista: la gente adopta actitudes porque le son útiles, porque cumplen unas funciones muy concretas, entre
ellas las siguientes: a) nos ayudan a comprender el mundo que nos rodea,
organizando y simplificando una entrada muy compleja de estímulos procedentes de su medio ambiente; b) protegen nuestra autoestima, haciendo
que evitemos verdades desagradables sobre nosotros; c) nos ayudan a adaptarnos a un mundo complejo, haciendo más probable que reaccionemos de
modo que aumente al máximo nuestras recompensas procedentes del
entorno; y d) nos permiten expresar nuestros valores fundamentales.
Medida de las actitudes
Como es obvio, resulta imposible medir las actitudes directamente, ya
que no son objetos físicos que están ahí, sino constructos hipotéticos que
inferimos para explicar otras cosas. Como es bien sabido, las actitudes no
pueden ser observadas directamente, sino que debemos inferirlas a partir
de la conducta observable. De ahí que se acuda a medir indicadores de las
mismas, como pueden ser las opiniones o creencias de las personas (medidas directas) o incluso aspectos fisiológicos, como la tasa cardíaca o la respuesta galvánica de la piel (medidas indirectas).
Aunque deberíamos dedicar al menos uno o dos capítulos a este aspecto,
a la medición de las actitudes, sin embargo, al no poder hacerlo, resumiremos este apartado todo lo posible, comenzando por las medidas directas,
entre las que sin duda alguna, las escalas son las más conocidas y utilizadas.
La primera contribución importante a este tipo de mediciones proviene de
Thurstone (1929; Thurstone y Chave, 1929) cuando aplicó los métodos psicométricos al estudio de la medición de actitudes (véase López, 1985, páginas 237-250). Como dice López (1985, págs. 238-239), el continuo psicológico
de actitud que trata de estudiarse con esta técnica parte de un conjunto de
juicios y opiniones que están distribuidos en una escala de 11 puntos, en la
que el punto 1 de la misma representa el extremo más favorable respecto a
la actitud; el punto 6 representa una posición de indiferencia o neutra de
actitud; y el punto 11 supone el otro extremo desfavorable a la actitud.
Poco después, Likert (1932) propuso un nuevo tipo de escala que con
el tiempo se haría mucho más popular aún que el de Thurstone, posiblemente a causa de su mayor sencillez (véase López, 1985, págs. 251-260).