Las actitudes
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El término actitud fue introducido en nuestra disciplina por Thomas y
Znaniecki (1918), como actitud social, para explicar las diferencias comportamentales existentes en la vida cotidiana entre los campesinos polacos que
residían en Polonia y los que residían en los Estados Unidos. Desde entonces han sido muchas las propuestas de definición que se han hecho, destacando ésta de Rosenberg y Hovland (1960, pág. 3): las actitudes son «predisposiciones a responder a alguna clase de estímulo con ciertas clases de
respuesta». Más específicamente, de las múltiples definiciones existentes
podemos concluir que una actitud es una predisposición aprendida a responder de una manera consistentemente favorable o desfavorable a un
objeto dado (objeto físico, personas, grupos, etc.).
Existen básicamente dos tipos de concepciones de la actitud: la concepción multidimensional, que es la más seguida tradicionalmente en psicología
social, y que considera que la actitud tiene tres componentes (cognitivo,
afectivo y conductual) y la concepción unidimensional, que está ganando
terreno en los últimos años y que enfatiza la dimensión afectiva o evaluativa como la más importante o incluso la única. Así, Eagly (1992), o Petty
y Caccioppo (1981, pág. 7), para quienes «el término actitud debería ser
usado para referirse a un sentimiento general, permanentemente positivo o
negativo, hacia alguna persona, objeto o problema». También Ajzen y Fishbein (1980) defienden este modelo de componente único. No niegan la
existencia de un componente cognitivo aunque sí que éste sea una parte de
la actitud. Además, como subrayan Cooper y Croyle (1984), aunque el
enfoque cognitivo sigue siendo central en este campo, sin embargo, se está
dando cada vez más protagonismo al afecto y la motivación (por ejemplo,
Abelson y cols., 1982 proporcionan un fuerte ejemplo del papel desempeñado por el afecto en las actitudes políticas). Con ello se vuelve a etapas
anteriores: el afecto refleja la motivación. La gente es vista como motivada
a adoptar actitudes, a cambiar las actitudes existentes, y a actuar de forma
consistente con sus actitudes como una función de los constructos motivacionales. Y es que «el trabajo en el cambio de actitudes no ha sido nunca
puramente cognitivo ni tampoco puramente motivacional. Tal vez haya sido
ésta una razón por la que ha durado tanto tiempo y ha resistido el cambio
de las modas experimentales. Nuestra revisión sugiere que el énfasis de la
investigación en el cambio de la actitud durante los últimos años ha estado
en el lado cognitivo. Pero se han oído significativas llamadas para volver al
otro lado. Sospechamos que el péndulo atraído por las cogniciones ha llegado cerca de la cúspide de su arco y que los próximos años veremos una
mejor atracción ejercida por las fuerzas motivacionales» (Cooper y Croyle,
1984, pág. 422).
Sin embargo, ha existido desde hace mucho, aunque cada vez menos,
un relativo consenso en cuanto a la naturaleza tridimensional de la actitud,
cuyos tres componentes son fuertemente consistentes entre sí, de tal forma
que es muy difícil modificar uno sin modificar los otros, y al contrario, es
sumamente probable que cambien los otros dos componentes cuando se
modifica uno de ellos. Más específicamente, estos componentes son: a) Per-