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Anastasio Ovejero Bernal
se investiguen y discutan las soluciones de recambio... Nada garantiza que
la verdad salga de la unanimidad» (págs. 101-102).
En síntesis, no siempre la conformidad hace que el grupo actúe y se
adapte bien. Por el contrario, en ocasiones puede ser el no conformismo, la
desviación, lo que permite al grupo adaptarse, lo que significa claramente
que no siempre la desviación es algo negativo para el grupo. A veces le
puede ser sumamente útil y positivo. En consecuencia, «se entiende que la
influencia social no sólo puede servir para el control social y ayudar a que
cada uno se adapte a una realidad determinada, sino que además contribuye al cambio social» (Doms y Moscovici, 1985, pág. 74). Y hablar de
cambio social es hablar de innovación, de la influencia activa de las minorías y de los individuos sobre una mayoría o un grupo. De ahí que a finales de los años 60 se comenzase a ver la influencia social como un fenómeno recíproco: la mayoría influye sobre la minoría, pero también la
minoría influye sobre la mayoría. Y fue Serge Moscovici, un psicólogo
social francés de origen rumano, quien abrió el camino en este campo a
finales de los 60 y lo afianzó en los 70.
Como ya hemos dicho, tradicionalmente la influencia social ha sido
estudiada como un mecanismo cuya función es uniformar las opiniones,
actitudes, modas, etc. Se trata, pues, en términos de Moscovici, de un
modelo funcionalista, según el cual el comportamiento del individuo o del
grupo tiene por función asegurar su inserción en el sistema o en el
ambiente social. Por consiguiente, el proceso de influencia tendría por
objeto la reducción de la desviación, lo que implica que los actos de aquellos que no siguen la norma o van contra ella son considerados como disfuncionales y no adaptativos. En cambio, Moscovici propone otro modelo,
el modelo genético, según el cual tanto el sistema social como el entorno
están definidos y producidos por quienes participan en ellos o los oponen
resistencia. Por consiguiente, no siempre la desviación de la norma representa una patología individual, sino que manifiesta una anomalía del sistema: no saber adaptarse a todos los individuos que lo forman. Entre las
diferencias existentes entre ambos modelos me interesa destacar, de
entrada, una de tipo claramente cognitivo: mientras que el modelo funcionalista estudia los fenómenos de influencia desde el punto de vista del equilibrio, cognitivo fundamentalmente (Sherif, Asch, etc.), el modelo genético
lo hace desde el punto de vista del conflicto, también aquí sobre todo cognitivo (Moscovici, Mugny, etc.). Como dice Mugny (1981), la fuerza de la
minoría radica en su capacidad de generar conflictos aparentemente sin solución, en bloquear la negociación con los representantes del modelo dominante, lo que crea una inestabilidad social y una incertidumbre que, a
veces, sólo puede resolverse adoptando (o acercándose a) las contranormas
propuestas por la minoría.
De esta manera, el estudio de la innovación supuso una importante
novedad, en dos sentidos (Mugny, 1985, pág. 3): a) Introdujo un fundamental cambio teórico, desde un modelo funcionalista de sociedad a un
modelo interaccionista, que Moscovici llama genético; y b) Proporcionó una