Capítulo XI
La influencia de las minorías activas
Introducción
Durante varias décadas, pero fundamentalmente durante los años 50
y 60, los estudios sobre la influencia social se centraron casi exclusivamente
en el fenómeno del conformismo y, además, desde una perspectiva esencialmente cognitivista (véase la revisión de Kiesler y Kiesler, 1969, etc.).
Y era así porque los psicólogos sociales consideraban que el comportamiento tenía como principal función asegurar la adaptación a una realidad
física y social que se suponía era dada y predeterminada para todos los
individuos. Y aquí es donde entran como protagonistas los factores perceptivos y cognitivos: para actuar eficazmente y de acuerdo con el medio
tanto físico como social, hay que ser capaces de percibir o juzgar la realidad con un máximo de exactitud. Y en este contexto, se supone que los
procesos de influencia social en general y el proceso de conformidad en
particular contribuyen a estructurar el juicio del individuo, es decir, hacen
que su comportamiento y el de otros individuos sea similar y previsible. Y
ello es así, sin duda. El proceso de conformidad es fundamental para la
supervivencia de la sociedad, las organizaciones o los grupos de cualquier
clase. Ello merecía, qué duda cabe, un análisis profundo. Sin embargo,
dejaban fuera otros procesos de influencia social que también son cruciales
para el funcionamiento de los grupos: los procesos de innovación (véase
Canto, 1994). De ahí que el análisis tradicional de la influencia social haya
sido esencialmente incompleto. En efecto, una persona no podría ejercer
con éxito una influencia más que sobre personas que dependen de alguna
forma de ella . Pero ya Hoffman (1966) señalaba las limitaciones intrínsecas de este modelo, al afirmar que «las presiones hacia la uniformidad de
opinión pueden resultar nocivas para la eficacia del grupo si impiden que