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Anastasio Ovejero Bernal
firmara un contrato en que los tres (el experimentador y los dos sujetos) se
comprometían a suspender el experimento en el momento en que él lo
pidiera. Los tres lo firmaban. Le tocaba hacer de aprendiz y cuando, tras
bastantes errores, decía que no aguantaba ya el dolor y exigía abandonar el
experimento, el experimentador le decía al que hacía de maestro: «Siga
usted, por favor; el progreso de la ciencia exige que usted siga adelante;
siga, por favor.» Pues bien, a pesar del compromiso previo, compromiso
firmado incluso en un contrato, muchos sujetos siguieron hasta el final. En
la segunda condición que estamos destacando, el sujeto-cómplice comenzaba afirmando que él estaba enfermo del corazón y que probablemente, si
le tocaba hacer de aprendiz y se equivocaba algunas veces, las descargas
eléctricas podrían serle altamente peligrosas. Por supuesto, le tocaba hacer
de aprendiz y se equivocaba repetidamente. Pues bien, cuando pedía la suspensión del experimento, alegando que ya estaba notando serias molestias
cardíacas, muchos sujetos siguieron administrándole descargas hasta el final,
algunos incluso tras creer, puesto que el aprendiz ya no respondía a las preguntas que se le hacían, que posiblemente estaba ya muerto. En esta condición obedecían hasta el final el 10 por 100. La obediencia seguía siendo alta
incluso cuando el experimentador salía de la sala después de haber delegado su autoridad en otro sujeto, de igual estatus por tanto que quien hacía
de profesor. A este segundo sujeto «se le ocurría» la idea de incrementar el
nivel de las descargas con cada error, insistiendo al que hacía de profesor
en que obedeciera sus reglas. Los resultados fueron claros: aun así el 20
por 100 siguió obedeciendo hasta el final, hasta los 450 voltios. Interesante
resulta también aquella condición experimental en la que quien insistía en
que siguieran con las descargas eléctricas por el bien del experimento era el
propio sujeto que las estaba recibiendo, mientras que quien se oponía era el
experimentador. En este caso ningún participante obedeció. Milgram añadió
un condición de control en la que los sujetos podían elegir la máxima descarga, observándose que sólo dos sujetos de los 40 de esta condición superaron los 140 voltios mientras que 28 no sobrepasaron los 75.
Es importante contestar a la siguiente pregunta: ¿Por qué obedece la
gente? ¿Por qué obedecían los sujetos de Milgram hasta el grado en que lo
hacían? En primer lugar, veamos a qué razones no se debe la obediencia de
los sujetos de Milgram. No se debe al dinero que recibían, puesto que lo
recibían en todo caso: lo recibían por participar, no por obedecer. Y menos
aún se debía a su sadismo, explicación esta a la que suele acudirse. No se
debe al sadismo al menos por dos motivos: ante todo por razones puramente estadísticas, puesto que sería extraño que por azar la muestra de
Milgram, así como las de otros estudios que llegaron a resultados similares,
hubiera estado compuesta principalmente por personas sádicas. Pero existe
otra razón psicológicamente más sustantiva, que consiste en que si hubieran sido sádicos, hubieran disfrutado al administrar sus descargas eléctricas. Por el contrario, no sólo no disfrutaban, sino que sufrían enormemente. También suelen preguntarme cuando hablo de este tema si los
sujetos de Milgram entendían de electricidad. No era necesario entender de