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168 Anastasio Ovejero Bernal del grupo. «Según nuestra impresión, estos sujetos fueron los menos afectados por la confusión perceptual, y notaban las relaciones con completa precisión, sin tratar siquiera de acomodarlas a las de la mayoría. Suprimen sencillamente su juicio; en esto actúan con plena conciencia de lo que hacen» (Asch, 1972, pág. 470). Asch entrevistó a sus sujetos después de los experimentos, resaltando en la mayoría de estas entrevistas el aspecto traumático de la experiencia, a pesar de que no se ejerció ninguna presión explícita sobre ellos. De ahí que Roger Brown calificase a este experimento de pesadilla epistemológica: todos los sujetos, ya sea que hayan resistido o adoptado el punto de vista de los cómplices, contra la evidencia perceptiva, expresan su turbación, su desamparo psicológico. Es más, algunos sujetos afirmaban haber modificado realmente sus percepciones para ajustarse a la opinión del grupo. Ahora bien, los propios sujetos decían que si se habían sometido no había sido por un deseo de exactitud sino sobre todo por motivos sociales de dos clases: a) Se atenían a una tenaz creencia o representación de los grupos según la cual no puede haber error colectivo (mejor ven siete pares de ojos que uno solo); y b) Deseaban firmemente no ser diferentes. Por consiguiente, se desinteresaban de la tarea y ya no parecía preocuparles el problema de la exactitud de su juicio. Su obstinado objetivo consistía en no distinguirse, en no desviarse. Estos sujetos eran plenamente conscientes de lo que hacían. Por ello no se sentían especialmente turbados, a partir del momento en que decidían resolver de este modo su conflicto interno. Sin embargo, la mayor parte de estos sujetos se conformaron públicamente, pero no en privado. Y es que la sumisión pública es el tipo de influencia que consiguen las mayorías, no la aceptación privada. Obediencia a la autoridad Los resultados de Sherif, Asch y Crutchfield son sorprendentes porque en ninguno de ellos hubo presiones obvias y abiertas para conformarse. Uno se pregunta: si las personas son tan complacientes para responder ante una presión tan mínima, ¿cuánto más complacientes serían si fueran coaccionadas de manera directa? ¿Podría alguien forzar al estadounidense promedio a ejecutar actos crueles como los de los nazis en Alemania? Yo habría supuesto que no: los valores democráticos e individualistas de los norteamericanos los harían resistir esa presión. Además, los pronunciamientos verbales fáciles de estos experimentos están muy lejos de dañar realmente a alguien; usted y yo nunca cederíamos a la coacción para herir a otro. ¿O sí? Stanley Milgram lo dudó (Myers, 1995, pág. 228). Y llevó a cabo una serie de experimentos para salir de su duda. Milgram quiso estudiar el conformismo pero modificando dos aspectos importantes del diseño de Asch: coger una tarea que fuese relevante para el sujeto (hacer daño a otra persona) y sustituir el grupo por una persona investida de autoridad. En consecuencia, Milgram quería saber hasta qué