La conducta agresiva o antisocial
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94 por 100 de los programas infantiles contienen algún tipo de violencia.
La TV emite 5,2 actos violentos cada hora. Si tenemos en cuenta que los
niños españoles ven la televisión unas 20 ó 25 horas semanales, no debería
extrañarnos el fuerte impacto de la TV sobre la agresión. Y es que si la
agresión posee ciertamente unas bases biológicas, también es cierto que
tenemos instrumentos culturales (educación familiar, escuela, medios de
comunicación, etc.) para reducir, si no eliminar, la influencia de tales bases
biológicas. Sin embargo, esos instrumentos, especialmente la TV, están
siendo utilizados para incrementar aún mucho más esas tendencias agresivas.
Y no olvidemos que, por ejemplo, en los Estados Unidos, el 98 por 100 de
los hogares tienen al menos un aparato de televisión. En el hogar promedio, el aparato está encendido unas siete horas al día, con un miembro de
la familia viéndolo alrededor de cuatro de esas horas. Las mujeres suelen
ver la televisión más que los hombres, los no blancos más que los blancos,
los preescolares y las personas jubiladas más que los que van a la escuela o
trabajan, y las personas con menores niveles educativos más que los que
tienen niveles más altos (Nielsen, 1990). Además, estos datos son casi válidos para prácticamente todos los países del mundo, y de forma especial
para los más avanzados, como Europa, Australia y Japón (Murray y Kippax, 1979). Es decir, que, en cuanto al fenómeno de la televisión, podemos
hablar de total globalización. De hecho, a la edad de dieciséis años, el promedio de adolescentes en EEUU ha visto más televisión que lo que ha asistido a la escuela (Liebert y cols., 1973). Y en nuestro país, cuando un chico
o chica termina COU, a sus dieciocho años, ha pasado más tiempo viendo la
televisión que en los centros educativos. Y la gravedad de estos datos proviene de que cuanto más violento es el contenido de los programas que el
niño ve en la televisión, más agresivo es el niño (Eron, 1987; Turner y colaboradores, 1986). La relación es modesta pero se ha encontrado de modo
consistente en los Estados Unidos, Europa y Australia. Es más, Eron y Huesmann (1980, 1985) encontraron que la observación de violencia entre 875
niños de ocho años de edad se correlacionaba con la agresividad aun después
de eliminar estadísticamente diversos terceros factores posibles. Más aún,
cuando volvieron a estudiar a estos individuos a los diecinueve años de edad,
descubrieron que la observación de violencia a los ocho años predijo, moderadamente, la agresividad a los diecinueve años, pero que la agresividad a los
ocho años no predijo la observación de violencia a los diecinueve. Por tanto,
la agresión resultó de la observación y no al contrario. Más aún, cuando
Eron y Huesmann (1984) examinaron los registros de sentencias criminales
recientes de su muestra inicial de niños de ocho años, encontraron que a los
treinta años aquellos hombres que cuando niños habían observado una gran
cantidad de violencia en la televisión tuvieron una probabilidad mayor de ser
sentenciados por un crimen grave.
Incluso, como ya hemos dicho, aumentaron las tasas de asesinatos
cuando y donde llegó la televisión. Así, como nos muestra Myers, en
Canadá y en los Estados Unidos, el índice de homicidios se duplicó entre
1957 y 1974 conforme se difundía la violencia en la televisión. En regiones