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Anastasio Ovejero Bernal
de las investigaciones en esta área durante dos décadas, hasta que a primeros de los 60, Buss (1961) y Berkowitz (1962) inventaron técnicas para
medir la agresión en el laboratorio, técnicas que fueron utilizadas por cientos de investigaciones posteriores, dando lugar a la aparición a primeros de
los 70 de una gran cantidad de libros sobre la agresión. Ya en 1977, Baron
decía conocer cerca de cuatrocientas obras sobre este tema. Y desde entonces no ha hecho más que crecer tal número. Desde entonces el tema de la
agresión es un tema totalmente obligado en un texto de psicología social.
Por otra parte, si hay un tema psicosocial en el que con más frecuencia
se acude a explicaciones biologicistas, ése es el de la conducta agresiva,
sobre todo por sus similitudes con la conducta animal. De ahí que aprovechemos este capítulo para incluir un apartado sobre las bases biológicas de
la conducta social. Se ha dicho frecuentemente, como más adelante tendremos ocasión de ver, que la agresividad es algo instintivo en el hombre. No
lo creo. Pero en todo caso, el hombre tiene medios sociales y culturales
suficientemente potentes (escuela, televisión, etc.) como para reducir, si no
eliminar, esos instintos agresivos. Y, sin embargo, tales medios se utilizan a
menudo para potenciar y desarrollar aún más esos instintos.
Concepto y definición
Como apunta Van Rillaer (1978, pág. 17) el término agresión aparece en
las lenguas románicas a partir del siglo xiv, mientras que el término agresividad es de uso bastante reciente. Por ejemplo, en castellano se registra el
uso del término agresión a partir de 1502, y el de agresividad sólo desde 1910. Este último se incorpora al Diccionario de la Real Academia sólo
a partir de la 16.ª edición (1939), y en otros idiomas (francés, inglés, alemán, etc.) incluso más tarde.
Como tantos otros constructos empleados por la gente en la vida cotidiana, el de la agresión es un concepto confuso. De ahí que existan grandes diferencias entre los autores, diferencias que generalmente suelen
deberse a la mayor o menor tendencia a centrarse en (Krebs y Miller, 1985,
pág. 1): 1) las conductas observables versus los motivos y las intenciones;
2) las consecuencias inmediatas versus las que son a largo plazo; 3) las
ganancias y pérdidas brutas versus netas; y 4) los efectos físicos versus los
efectos psicológicos. En todo caso, y a pesar de que, según Berkowitz
(1996), no podemos estar seguros de lo que se quiere decir al describir a
una persona como «agresiva» o al etiquetar a una acción como «violenta»,
él define la agresión como «cualquier forma de conducta que pretende
herir física o psicológicamente a alguien». Ya antes, autores como Dollard
y colaboradores (1939) definían la agresión como «una respuesta que tiene
por objetivo causarle daño a un organismo vivo». La intención es, pues, el
componente esencial de la agresión, consiga o no hacer daño efectivamente. Por su parte Buss (1961) propone que sean consideradas como respuestas agresivas aquellas que representen un estímulo nocivo para otro