desmenuzados, convertidos en polvo impalpable, hubieran ido a caer lejos como el
producto de algún desconocido meteoro.
Esto no obstante, no consideró Hans prudente que pasásemos la noche en la vertiente
del cono. Proseguimos nuestra ascensión en zigzag; empleamos aún cerca de cinco horas
en recorrer los 1.500 pies que nos quedaban que subir todavía; en revueltas,
contramarchas y sesgos perdimos lo menos tres leguas.
Yo no podía más; me moría de frío y de hambre. El aire un tanto rarificado de tan
elevadas regiones no bastaba a mis pulmones.
Por fin, a las once de la noche, en plena oscuridad, llegamos a la cumbre del Sneftels; y,
antes de buscar abrigo en el interior del cráter, tuve tiempo de ver el sol de la media
noche en la parte inferior de su carrera, proyectando sus pálidos rayos sobre la isla
dormida a mis pies.