Me hablás de eso que salió en la revista colombiana. Es el género de calamidades
que un día te harán caer los brazos con desaliento o gritar con indignación. Son los
escombros de la entrevista. Extirpada la más importante parte de mis ideas, nada
tiene que ver conmigo. Sabés lo que hicimos una vez con mi amigo Itzigsohn, en
mis tiempos de estudiante? Una refutación de Marx con frases de Marx.
Por lo que veo, estás atravesando una crisis por cuestiones que hoy se plantea la
literatura latinoamericana. Y, ya que me lo preguntás, debo rectificar las casi
cómicas afirmaciones que allí aparezco balbuceando. He dicho siempre que las
novedades
de
forma
no
son
indispensables
para
una
obra
artísticamente
revolucionaria, como lo demuestra el ejemplo de Kafka; y que tampoco bastan,
como lo demuestra tanta cosa cometida por manipuladores de signos de puntuación
y técnicas de encuadernación. Quizá no sea desacertado comparar la obra literaria
con el ajedrez: con las remanidas piezas de siempre, un genio lo renueva. Es la
obra entera de K. lo que constituye un nuevo lenguaje, no su clásico vocabulario y
su apacible sintaxis.
Leíste el libro de Janouch? Deberías leerlo, porque en épocas de charlatanismo
como ésta conviene volver de vez en cuando la mirada a santos como K. o Van
Gogh: no te engañarán nunca, te ayudarán a enderezar tu rumbo, te obligarán
(moralmente) a retomar una actitud grave. En una de esas conversaciones, K. le
habla a Janouch del virtuoso, que se eleva por encima del tema con facilidad de
prestidigitador. Pero la genuina obra de arte, le advierte, no es un acto de
virtuosismo sino un nacimiento. Y cómo podría hablarse de una parturienta que
pare con virtuosismo? Eso es patrimonio de comediantes, que parten del punto en
que el verdadero artista se detiene. Esos individuos, sostiene, conjuran con
palabras una magia de salón; mientras que un gran poeta no trafica con las
emociones: sufre la visionaria tensión del hombre con su destino.
Estas advertencias son aún más convenientes para nosotros, los españoles y
latinoamericanos, siempre propensos al verbalismo y el macaneo. Recordás cuando
Mairena ironiza sobre "los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa"?
Ahora suelen reaparecer con el cuento de la vanguardia. Borges, que no puede ser
sospechado de
desdeñar
el
idioma, dice
de
Lugones
que "su
genio
fue
eminentemente verbal", y el contexto revela el sentido peyorativo de esa
valoración. Y de Quevedo, que "fue el más grande artífice de la lengua", para
agregar "pero Cervantes...", así, con tres melancólicos p V