Razón porque era un insensato y Platón repudió al arte porque era un poeta. Lindos
antecedentes para estos propiciadores del Principio de Contradicción! Como ves, la
lógica no sirve ni para sus inventores.
Conozco bien esa tentación platónica, y no porque me la hayan contado. La sufrí
primero cuando era un adolescente, cuando me encontré solo, masturbándome en
una realidad sucia y perversa. Entonces descubrí ese paraíso, como alguien que se
ha arrastrado por un estercolero encuentra un transparente lago donde limpiarse. Y
muchos años más tarde, cuando en Bruselas pensé que la tierra se abría bajo mis
pies, cuando aquel muchacho francés que después moriría en manos de la Gestapo
me confesó los horrores del stalinismo. Huí a París, donde no sólo pasé hambre y
frío en el invierno de 1934 sino la desolación. Hasta que encontré a aquel portero
de la École Normale de la rue d'Ulm que me hizo dormir en su cama. Cada noche
tenía que entrar por una ventana. Robé entonces en Gibert un tratado de cálculo
infinitesimal, y todavía recuerdo el momento en que mientras tomaba un café
caliente abrí temblorosamente el libro, como quien entra en un silencioso santuario
después de haber escapado, sucio y hambriento, de una ciudad saqueada y
devastada por los bárbaros. Aquellos teoremas fueron recogiéndome como
delicadas enfermeras recogen el cuerpo de alguien que puede tener quebrada la
columna vertebral. Y, poco a poco, por entre las grietas de mi espíritu destrozado,
empecé a vislumbrar las bellas y graves torres.
Permanecí en aquel reducto del silencio mucho tiempo. Hasta que me descubrí un
día escuchando (no oyendo, sino escuchando, ansiosamente escuchando) el rumor
de los hombres, allá fuera. Empezaba a sentir la nostalgia de la sangre y de la
suciedad, porque es la única forma en que podemos sentir la vida. Y qué puede
reemplazar a la vida, aun con su pena y su finitud? Quiénes y cuántos se suicidaron
en los campos de concentración? Así estamos hechos, así pasamos de un extremo
al otro. Y en estos amargos tiempos finales de mi existencia, en varias ocasiones
volvió a tentarme aquel territorio absoluto, jamás pude ver un observatorio sin
sentir la inversa nostalgia del orden y la pureza. Y aunque no deserté de esta
batalla con mis monstruos, aunque no cedí a la tentación de reingresar a un
observatorio como un guerrero a un convento, a veces lo hice vergonzantemente,
refugiándome en las ideas sobre la ficción: a medio camino entre el furor de la
sangre y el convento.
sábado
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