gusto por otros tiempos y sitios, por viajes y sillas de posta, con raptos y mares
exóticos: la ilusión romántica en toda su pureza, tal como aquel chico encaramado
en la verja la sintió para siempre. El tema de su novela es así el de su propia existencia, el distanciamiento cada día mayor entre su vida real y su fantasía. Los
sueños convertidos en torpes realidades, los amores sublimes transformados en
irrisorios lugares comunes. Qué podía hacer la pobre infeliz sino suicidarse? Y con
ese sacrificio de aquella pobrecita, de aquella desamparada, de aquella ridícula
romántica de pueblo, Flaubert (tristemente) se salva.
Se salva... Es manera de decir, es una manera apresurada de ver las cosas, como
nos pasa siempre, en cuanto nos descuidamos. Yo sé, en cambio, lo que con
lágrimas en los ojos habría murmurado mi madre, pensando no ya en Emma sino
en él, en el pobre y sobreviviente Flaubert: "Que Dios lo ayude!"
El choque del alma romántica con el mundo asume así su sarcástica disonancia, con
sádica furia. Para destruir o para ridiculizar sus propias ilusiones monta la escena
de la feria, caricatura de la existencia burguesa: allá abajo, los discursos
municipales; arriba, en la ventana del sórdido cuarto de hotel, la otra retórica, la de
Rodolphe, que enamora a Emma con frases hechas. La atroz dialéctica de la
trivialidad, con que el romántico Flaubert, con horrorosas muecas, se mofa del falso
romanticismo, como un espíritu religioso puede llegar a vomitar en una iglesia
repleta de beatos. Ahí lo tenés a Flaubert. El patrono de los objetivistas!
Y te ruego, dicho sea de paso, que no vuelvas a mencionar esa palabra: más o
menos como venirme a hablar del subjetivismo de la ciencia. Tené el orgullo de
pertenecer a un continente que en países tan pequeños y desvalidos, como
Nicaragua y Perú, ha dado poetas tan gigantescos como Darío y Vallejo. De una vez
por todas, seamos nosotros mismos! Que el señor Robbe-Grillet no nos venga a
decir c