Test Drive | Page 9

curidad que le favorecían los árboles de la Avenida del Libertador, vio detenerse un gran Chevy Sport, del que bajaron el señor Rubén Pérez Nassif, presidente de INMOBILIARIA PERENÁS, y su hermana Agustina Izaguirre. Eran cerca de las dos de la mañana. Entraron en una de las casas de departamentos. Nacho permaneció en su puesto de observación hasta las cuatro, aproximadamente, y luego se retiró hacia el lado de Belgrano, con toda probabilidad hacia su casa. Caminaba con las manos en los bolsillos de sus raídos blue-jeans, encorvado y cabizbajo. Mientras tanto, en los sórdidos sótanos de una comisaría de suburbio, después de sufrir tortura durante varios días, reventado finalmente a golpes dentro de una bolsa, entre charcos de sangre y salivazos, moría Marcelo Carranza, de veintitrés años, acusado de formar parte de un grupo de guerrilleros. TESTIGO, TESTIGO IMPOTENTE, se decía Bruno, deteniéndose en aquel lugar de la Costanera Sur donde quince años atrás Martín le dijo "aquí estuvimos con Alejandra". Como si el mismo cielo cargado de nubes tormentosas y el mismo calor de verano lo hubieran conducido inconciente y sigilosamente hasta aquel sitio que nunca más había visitado desde entonces. Como si ciertos sentimientos quisieran resurgir desde alguna parte de su espíritu, en esa forma indirecta en que suelen hacerlo, a través de lugares que uno se siente inclinado a recorrer sin exacta y clara conciencia de lo que está en juego. Pero, cómo nada en nosotros puede resurgir como antes?, se condolía. Puesto que no somos lo que éramos entonces, porque nuevas moradas se levantaron sobre los escombros de las que fueron destruidas por el fuego y el combate, o, ya solitarias, sufrieron el paso del tiempo, y apenas si de los seres que las habitaron perduran el recuerdo confuso o la leyenda, finalmente apagados u olvidados por nuevas pasiones y desdichas: la trágica desventura de chicos como Nacho, el tormento y muerte de inocentes como Marcelo. Apoyado en el parapeto, oyendo el rítmico golpeteo del río a sus espaldas, volvió a contemplar Buenos Aires a través de la bruma, la silueta de los rascacielos contra el cielo crepuscular. Las gaviotas iban y venían, como siempre, con la atroz indiferencia de las fuerzas naturales. Y hasta era posible que en aquel tiempo en que Martín le hablaba allí de su amor por Alejandra, aquel niño que con su niñera pasó a su lado, fuese el propio Marcelo. Y ahora, mientras su cuerpo de muchacho desvalido y tímido, los restos de 9