Una palabra! Tendría que callarme, lo que podrías interpretar como una atroz
indiferencia, o tendría que hablarte durante días, o vivir con vos durante años, y a
veces hablar y a veces callar o caminar juntos por ahí sin decirnos nada, como
cuando se muere alguien que queremos mucho y cuando comprendemos que las
palabras son irrisorias o torpemente ineficaces. Sólo el arte de los otros artistas te
salva en esos momentos, te consuela, te ayuda. Sólo te es útil (qué espanto!) el
padecimiento de los seres grandes que te han precedido en ese calvario.
Es entonces cuando además del talento o del genio necesitarás de otros atributos
espirituales: el coraje para decir tu verdad, la tenacidad para seguir adelante, una
curiosa mezcla de fe en lo que tenés que decir y de reiterado descreimiento en tus
fuerzas, una combinación de modestia ante los gigantes y de arrogancia ante los
imbéciles, una necesidad de afecto y una valentía para estar solo, para rehuir la
tentación pero también el peligro de los grupitos, de las galerías de espejos. En
esos instantes te ayudará el recuerdo de los que escribieron solos: en un barco,
como Melville; en una selva, como Hemingway; en un pueblito, como Faulkner. Si
estás dispuesto a sufrir, a desgarrarte, a soportar la mezquindad y la malevolencia,
la incomprensión y la estupidez, el resentimiento y la infinita soledad, entonces sí,
querido B., estás preparado para dar tu testimonio. Pero, para colmo, nadie te
podrá garantizar lo porvenir, porvenir que en cualquier caso es triste: si fracasás,
porque el fracaso es siempre penoso y, en el artista, es trágico; si triunfás, porque
el triunfo es siempre una especie de vulgaridad, una suma de malentendidos, un
manoseo; convirtiéndote en esa asquerosidad que se llama un hombre público, y
con derecho (con derecho?) un chico como vos mismo eras al comienzo te podrá
escupir. Y también deberás aguantar esa injusticia, agachar el lomo y seguir produciendo tu obra, como quien levanta una estatua en un chiquero. Leé a Pavese:
"Haberte vaciado por entero de vos mismo, porque no sólo has descargado lo que
sabés de vos sino también lo que sospechás y suponés, así como tus
estremecimientos, tus fantasmas, tu vida inconciente. Y haberlo hecho con
sostenida fatiga y tensión, con cautela y temblor, con descubrimientos y fracasos.
Haberlo hecho de modo que toda la vida se concentrara en este punto, y advertir
que es como nada si no lo acoge y da calor un signo humano, una palabra, una
presencia. Y morir de frío, hablar en el desierto, estar solo día y noche como un
muerto".
Pero sí, oirás de pronto esa palabra —como ahora, donde esté Pavese oye la
nuestra—, sentirás la anhelada presencia, el esperado signo de un ser que desde
otra isla oye tus gritos, alguien que entenderá tus gestos, que será capaz de
descifrar tu clave. Y entonces tendrás fuerzas para seguir adelante, por un
momento no sentirás el gruñido de los cerdos. Aunque sea por un fugitivo instante,
verás la eternidad.
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