—Qué tal, mamá —le había dicho.
—Pensaba —había comentado. Y le pareció que sus ojos se empañaban. Sí, claro.
—El que dijo que la vida es sueño, hijo mío.
El la había mirado en silencio. Qué le podía atenuar. Vería hacia atrás noventa años
de fantasmagorías.
Después buscó algo en aquellos armarios siempre cerrados con llaves numerosas y
recónditas.
—Este anillo, ves, cuando me muera. Te lo tenía guardado.
—Sí, mamá.
—De mi bisabuela: María San Marco.
Era pequeño, de oro, con un sello esmaltado, con una M y una S.
Después permanecieron sin hablarse, frente a frente. De vez en cuando ella
contaba: Fortunata, te acordás? La estancia de don Guillermo Boer. Tu tío Pablo, la
gota.
Había que irse. Había que irse? Los ojos de ella volvieron a nublarse. Pero ella era
estoica, descendía de una familia de guerreros, aunque no lo quisiera, aunque los
negase.
Todavía la recordaba en la puerta, saludando levemente con su mano derecha, de
manera no demasiado fuerte: no fuera a creer, esas cosas. Desde lejos volvió la
cabeza: sola, de nuevo.
Para, corazón mío,
no pienses.
En la calle 3 los árboles empezaban a imponer su callado enigma del atardecer.
Todavía volvió una vez más la cabeza. Con su mano, tímidamente, ella repitió la
seña.
EL REENCUENTRO
Las dos viejuchas llegaban cansadas por el calor y quizá por la espera en la
Recoleta. Se sentaron y pidieron té con masas.
—Pobre Julito —dijo una, todavía un poco agitada—, morirse en febrero, cuando no
hay nadie en Buenos Aires. 5 Uno es un podrido que termina acomodándose a la
realidad, con el rebusque del Arte. Sí, claro, uno se angustia. Y entonces se imagina
5 Febrero es el mes más caluroso y "todo el mundo" está en los balnearios elegantes. La Recoleta es el
cementerio aristocrático. (N. del Ed.)
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