contemplando el atardecer desde la galería... No había tantas entretenciones como
ahora, no había ni biógrafo ni televisión. Pero teníamos otras cosas lindas: los
bautismos, la yerra, el santo de tal o cual...
Se produjo otro largo silencio.
—La gente no sabía tantas cosas como hoy en día. Pero era más desinteresada. El
campo era pobretón, sobre todo el nuestro, esa costa de la Magdalena. Pero era
grande y noble. Hasta la misma ciudá era distinta. La gente era comedida y cortés.
A medida que iba oscureciendo los silencios se hacían más largos y profundos.
Marcelo miraba la silueta del anciano contra la ventana. En qué pensaría en sus
largas noches solitarias?
—El mundo se ha llenao de mentiras, mijo. Todos desconfían. Cuando fuimos con
mi padre a la Banda Oriental, con motivo del fallecimiento del tío Saturnino, ni
documentos para viajar se precisaban.
Volvió a callarse.
Luego, golpeando levemente el diario con la mano, agregó:
—Y ahora esos bombardeos... esas criaturas del Vietnam... Y vos, Marcelito, qué
opinás?
—Yo... tal vez un día... las cosas cambiarán...
El viejo lo consideraba con melancólica atención. Luego, como si hablara para sí
mismo, dijo:
—Todo puede ser, Marcelito... Pero me parece difícil que el campo vuelva a ser lo
que fue. Con sus lagunas, sus ánades rosados, sus teruterus...
Caía la noche.
EL PAYASO
Imitó a Quique hablando sobre las necrologías, contó chistes, recordó anécdotas
cómicas de la época en que enseñaba matemáticas. Lo encontraban mejor que
nunca, pleno de vitalidad y energía.
Y de pronto intuyó que aquello comenzaría, con invencible fuerza, pues nada podía
frenarlo una vez el proceso iniciado. No se trataba de algo horrendo, no aparecían
monstruos. Y sin embargo le producía ese terror que sólo se siente en ciertos
sueños. Poco a poco fue dominándolo la sensación de que todos empezaban a ser
extraños, algo así como lo que se siente cuando se ve una fiesta nocturna a través
de una ventana: los vemos reírse, conversar, bailar en silencio, sin saber que
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