Test Drive | Page 69

contemplando el atardecer desde la galería... No había tantas entretenciones como ahora, no había ni biógrafo ni televisión. Pero teníamos otras cosas lindas: los bautismos, la yerra, el santo de tal o cual... Se produjo otro largo silencio. —La gente no sabía tantas cosas como hoy en día. Pero era más desinteresada. El campo era pobretón, sobre todo el nuestro, esa costa de la Magdalena. Pero era grande y noble. Hasta la misma ciudá era distinta. La gente era comedida y cortés. A medida que iba oscureciendo los silencios se hacían más largos y profundos. Marcelo miraba la silueta del anciano contra la ventana. En qué pensaría en sus largas noches solitarias? —El mundo se ha llenao de mentiras, mijo. Todos desconfían. Cuando fuimos con mi padre a la Banda Oriental, con motivo del fallecimiento del tío Saturnino, ni documentos para viajar se precisaban. Volvió a callarse. Luego, golpeando levemente el diario con la mano, agregó: —Y ahora esos bombardeos... esas criaturas del Vietnam... Y vos, Marcelito, qué opinás? —Yo... tal vez un día... las cosas cambiarán... El viejo lo consideraba con melancólica atención. Luego, como si hablara para sí mismo, dijo: —Todo puede ser, Marcelito... Pero me parece difícil que el campo vuelva a ser lo que fue. Con sus lagunas, sus ánades rosados, sus teruterus... Caía la noche. EL PAYASO Imitó a Quique hablando sobre las necrologías, contó chistes, recordó anécdotas cómicas de la época en que enseñaba matemáticas. Lo encontraban mejor que nunca, pleno de vitalidad y energía. Y de pronto intuyó que aquello comenzaría, con invencible fuerza, pues nada podía frenarlo una vez el proceso iniciado. No se trataba de algo horrendo, no aparecían monstruos. Y sin embargo le producía ese terror que sólo se siente en ciertos sueños. Poco a poco fue dominándolo la sensación de que todos empezaban a ser extraños, algo así como lo que se siente cuando se ve una fiesta nocturna a través de una ventana: los vemos reírse, conversar, bailar en silencio, sin saber que 69