Por delicadeza, don Amancio ya estaba cambiando de tema, y señalando con el
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LA PRENSA,
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le preguntó si había leído el editorial sobre la bomba atómica. No,
no lo había leído. "Y su candor", pensó con ternura. Como preguntarle si
últimamente había leído los discursos de Belisario Roldán. El viejo movió la cabeza
con pesadumbre.
—Todo depende... quiero decir, abuelo Amancio...
El viejo lo observó con curiosidad.
Marcelo hizo un gran esfuerzo y aclaró:
—Digo... tal vez un día pueda emplearse para algo bueno...
—Algo bueno?
—No sé... quiero decir... un desierto, por ejemplo...
—Un desierto?
—Digo... para cambiar el clima...
—Y será bueno eso, Marcelito?
El muchacho se sentía cada vez más avergonzado, detestaba dar la impresión de
saber algo más que los otros, dar lecciones, explicar. Le parecía una grosería, sobre
todo con respecto a alguien como don Amancio, tan indefenso. Pero no podía
retroceder.
—Pienso... quizá... países que sufren hambre... leí una vez... en esas regiones
donde casi no llueve... en la frontera de Etiopía... me parece...
Don Amancio volvió su mirada al diario, como si allí pudiera estar la clave de ese
vasto problema.
—Sí, claro, yo soy un viejo ignorante —comentó.
—No, no, no eso, abuelo! —se apresuró a corregir Marcelo, abochornado—. Quise
decir que...
Don Amancio lo miró, pero Marcelo ya no supo qué agregar.
Después de un tiempo todo se apaciguó y el viejo volvió a contemplar la calle a
través de la ventana.
—Fischer, ahora me acuerdo bien —dijo de pronto.
—Cómo, abuelo?
—El del campito ese. Alemán o algo así. Esa gente que vino con la guerra última...
Gente trabajadora, con ideas... Volvió a considerar los árboles de la calle, abajo,
pensativo.
—Sí, esa gente sabe lo que hace. Gente de progreso, sin dudamente.
Después de un instante agregó:
—Pero sin embargo aquellos eran lindos tiempos... No había tanta ciencia, pero
había más bondá... Nadie tenía apuro... Matábamos el tiempo tomando mate y
4 Diario tradicionalista, un poco como el Times de Londres. (N. del Ed.)
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