Test Drive | Page 65

—Parece que es bastante rebuscado imaginar que no estamos vivos —comentó el Dr. Arrambide—. Y las muertes, entonces? El negocio de pompas fúnebres? En el rostro del ingeniero, que por su pedantería ya se empezaba a hacer antipático a todo el mundo, apareció un matiz de desdén. —Ése es un argumento espectacular pero débil —replicó—. También en los sueños hay gente que muere y hay entierros. Y empresas de pompas fúnebres. Hubo un silencio. El ingeniero prosiguió luego: —Piensen que para alguien todopoderoso no costaría nada organizar una comedia como ésta, para que sigamos creyendo en la posibilidad de una muerte y, por lo tanto, de un descanso eterno. Qué le costaría aparentar muertes y entierros? Qué le costaría aparentar la muerte de un muerto? Hacer salir un cadáver por una puerta, por decirlo así, y hacerlo entrar por otra en otra dependencia del infierno, para recomenzar la comedia con un cadáver recién nacido? Con una cuna en lugar de un ataúd? Ya los hindúes, que eran un poco menos burdos que nosotros, algo habían sospechado, cuando sostenían que en cada existencia se purgan los pecados de la existencia anterior. Algo de eso. No exactamente. Pero los pobres le anduvieron bastante cerca. —Bueno —comentó la persona que no era favorable a Victoria Ocampo—, pero aunque así fuera, qué más da si es realidad o ilusión? Al fin de cuentas, si no tenemos conciencia de todo eso, si no tenemos recuerdo de nuestra vida anterior, todo es como si de verdad naciéramos y muriéramos. Lo que mataría la esperanza sería la plena conciencia de esa infernal comedia. Es como si uno soñase un lindo sueño y no despertase jamás. Hubo cierto alivio en la gente que se conforma con lo que en la filosofía se denomina realismo ingenuo. El ingeniero italiano o profesor recibió la mirada de malévola satisfacción de los partidarios de esa acreditada doctrina filosófica. El ingeniero comprendió que la reunión le era ya francamente hostil. Tosió, consultó su reloj y mostró signos de retirarse. Mientras se despedía, aún agregó, con una tenue mueca despectiva en su cara: —Exacto, señora, muy exacto. Pero pudiese ser que el personaje que organiza este siniestro simulacro enviase de vez en cuando a alguien para despertar a la gente y hacerle comprender que estaban soñando. No sería eso posible? TODA ESA NOCHE MARCELO CAMINÓ AL AZAR, 65