Test Drive | Page 62

—Bueno, y qué es lo que pasa? —preguntó la señora de la rata. Su tono no era nada alentador, y seguramente no estaba dispuesta a encontrar nada interesante en un artículo que de alguna manera estaba vinculado con Victoria. —Cuenta que frente a ellos había una extraña figura, de pie, algo inclinada hacia delante, con las piernas abiertas y los brazos extendidos, para no tocarse los flancos. Algo así como cuando se empieza una de las clásicas figuras de la gimnasia sueca. No tenía ojos. Estaba a medio cubrir por harapos quemados. El cuerpo, que se veía en gran parte, estaba recubierto por una gruesa costra negra, salpicada de manchas amarillas. De pus. —Qué horror! Qué desagradable! —exclamó la mujer de la rata. —Y por qué estaba así, con los brazos abiertos y parados? —preguntó la dama que no tenía simpatía por Victoria Ocampo. —Porque no podía tocar ninguna parte de su cuerpo. Se rompería en cualquier momento, por cualquier contacto. —Qué es lo que se rompería? —preguntó incrédula. —La piel. No comprende? Se forma una costra crujiente y muy frágil. La víctima no puede acostarse, ni sentarse. Tiene que permanecer siempre de pie y con los brazos cruzados. —Pero qué espanto! —comentó la señora que siempre manifestaba horror. Pero la de Victoria Ocampo comentó: —Ni acostarse? Ni sentarse? Y se puede saber cómo hace cuando se cansa? —Señora —respondió el profesor—, me parece que en este caso lo peor no es el cansancio. Y luego prosiguió: —La bomba está compuesta de petróleo gelatinoso. Al estallar, el petróleo se adhiere tan fuertemente al cuerpo, a la piel, que hombre y petróleo arden como algo indivisible. Bueno. Como les decía, Gollancz cita otro caso: vio dos enormes lagartos, horribles, que se arrastraban lentamente, lanzando gruñidos y quejas. Otros los seguían detrás. Durante unos instantes, Gollancz quedó paralizado por el asco y el terror. De dónde podían venir esos inmundos reptiles? Al aumentar un poco la luz, se aclaró el enigma: eran seres humanos desollados por el fuego y el calor, con los cuerpos magullados en las partes en que habían chocado con algo duro. Después de algunos instantes vio que por el camino, bordeando el río, se acercaba algo que parecía un desfile de pavos asados. Algunos pedían agua, con una voz apenas perceptible y ronca. Estaban desnudos y despellejados. La piel de las manos, arrancada desde las muñecas les colgaba de la punta de los dedos, detrás de las uñas, dada vuelta como un guante. En la penumbra le pareció ver, además, muchos niños en el patio, en la misma condición. 62