Y lo que pasó luego con Tavernier. Bárbaro.
-Qué.
—Devorado por una manada de perros hambrientos en las estepas rusas.
El Dr. Arrambide se quedó suspendido, con un pedazo de sándwich en la mano y la
boca entreabierta, como una de esas instantáneas que publican las revistas
semanales. No, eso era demasiado, perros hambrientos, estepas rusas, troikas,
ídolos de la India.
MARCELO, DIJO SILVINA, Y SU CARA ERA UN RUEGO
Sí, sí, claro.
Entró en la sala torpemente. Se llevaba siempre cosas por delante, ese tipo de
inhabilidad. Besó a su madre y después permaneció en un rincón de aquel tumulto
sin saber qué hacer, con los ojos mirando hacia el suelo. Poco a poco, tratando de
no llamar la atención se fue.
El Dr. Carranza sintió deseos de ir tras él, de alcanzarlo. Pero sólo pudo
contemplarlo en silencio, con la garganta dolorida, a través del ruido y la gente. Y
recordó el tiempo en que se levantaba de madrugada para estudiar con él las
materias de su ingreso en la facultad.
Entonces también él se fue y se encerró en el dormitorio.
SIMPLEMENTE POR DEBILIDAD, PENSABA S.
irritado de antemano, deprimido, sintiéndose una vez más culpable de casi todo: de
hacer cosas y de no hace &