—Cuánto? Ocho años después.
—Caramba, al parecer el maleficio actuaba con bastante dejadez. Y por qué atribuir
ese accidente a la piedra? Aquí, en Buenos Aires, cada año mueren miles en
accidentes de autos que no tienen el brillante Hope. Para no hablar de los pobres
que ni siquiera tienen auto. Los que modestamente son atropellados por los autos
de los demás.
Beba irradiaba furia. Eso no era todo!
—Qué más había?
—El marido fue internado en un sanatorio para enfermos mentales.
—Mira, Beba. Si mi mujer es capaz de gastar 2 millones de dólares en un brillante,
que para colmo está enyetado, también a mí me llevan al manicomio. Además, si te
venís a Vieytes un día verás siete mil sujetos que nunca tuvieron ese brillante
Hope. Y dicho sea de paso: un nombre bastante curioso para una piedra que sólo
produce choques y ataques de esquizofrenia.
—Te sigo contando. La otra hija murió con pastillas para dormir.
—Pero si esa clase de muerte es casi la muerte natural en los Estados Unidos. Tan
difundido como el baseball.
Beba echaba chispas como las botellas de Leyden que han llegado al límite de su
carga. Enumeró las calamidades, acarreadas antes por la piedra: el príncipe
Kanitovitsky fue asesinado, el sultán Abdul Hamid perdió el trono y la favorita...
—Abdul cuánto? —Preguntó como si el nombre completo fuera decisivo: uno de sus
chistes.
Hamid. Abdul Hamid.
—Perdió qué?
—El trono y la favorita.
—Vamos, no agregues calamidades como si fueran demostrativas. Con perder el
trono bastaba. La turca lo dejó por eso.
Seguía la lista: la Zubayaba murió asesinada, Simón Montharides murió junto a la
mujer y el hijo cuando se le desbocaron los caballos...
—Dónde has leído eso? Cómo te consta que era verdad?
—Había gente muy conocida en juego. Y además estaba lo de Tavernier.
—Tavernier? Quién era ese caballero?
—Todo el mundo lo sabe. El hombre que había sacado la piedra en 1612 del ojo de
un ídolo indio. Todo el mundo lo sabe. Sí o no?
Él, Arrambide, formaba parte de todo el mundo y no tenía la menor idea. Ya podían
ver cómo se fabricaban esas historias. En cuanto a Tavernier, jamás lo había oído
mencionar. Cómo estaba tan segura de la existencia de ese caballero?
—Era un aventurero francés que conocían hasta las mucamas.
Lo que pasaba es que vos sólo leés libros de gastroenterología.
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