Test Drive | Page 58

—Muy norteamericano, eso de morirse en el baño. —Ningún signo de violencia ni píldoras de dormir ni martinis. Con una vida rigurosamente tranquila hasta tener el brillante. Y eso que al llegar a los Estados Unidos lo hizo bendecir. —Bendecir qué, Beba? —preguntó el Dr. Arrambide, con su escepticismo a priori, mientras se servía un triple de jamón y lechuga. —El brillante, hombre. —Bendecir un brillante? Pero estaban todos locos? —Cómo, locos? No sabía que era famoso por su mala suerte? —Pero por qué, entonces, esa tarada lo había comprado? —Vaya a saber, locura texana. —Pero cómo? No habían quedado que era de la mejor sociedad de Washington? —Sí, y qué. Una persona de Washington puede tener un ranch en Texas. Sí o no? O hay que repetirte siempre dos veces como en los programas de TV? —Bueno, estaba bien, bendecir al brillante. Esos curas, también! —Ah, me olvidaba: lo había comprado porque según ella, la McLean, las cosas que a los otros traían mala suerte a ella la favorecían. Vieron esos que viven en el piso 13, adrede? —Pero entonces —objetó el implacable Arrambide, sin dejar de comer sándwiches— por qué ese empeño en bendecirlo? Qué tipo tan desagradable. Se habló de bendiciones y maldiciones, de exorcismos. —Está bien —insistió el Dr. Arrambide, con su estereotipada expresión de sorpresa, que parecía como si siempre estuviese asistiendo a fenómenos asombrosos—, pero qué le pasó a esa norteamericana histérica? —Cómo, te parece poco morirse así? —Bueno, bueno, todos nos morimos, sin necesidad de brillantes malditos. —Pero, no, idiota. Ella se murió misteriosamente. —Misteriosamente? —preguntó el Dr. Arrambide, tomando otro sándwich. —No te acabo de decir que la encontraron desnuda en el baño? Y sin muestras de envenenamiento? —Así que según vos la gente se muere vestida y con veneno. —Vamos, dejate de una vez de hacer chistes fáciles, que el asunto es famoso y extrañísimo. No es todo extrañísimo? —Todo? Qué es todo? —No había veneno, no había rastros de alcohol, ni de píldoras tranquilizantes, ni signos de violencia. Te parece poco? Además, el primer hijo, muerto en un accidente de auto, después de la compra del brillante. —Cuánto tiempo después —preguntó fríamente el doctor. 58