poder. Es cierto que para un desprevenido parecía un charlatán de feria. Para mí,
en cambio, eso era un motivo más de prevención.
Qué me llevó a pensar que tenía poderes de tal naturaleza? O que formaba parte
de una peligrosa secta? Algunas palabras en apariencia inocuas, y, sobre todo, lo
que callaba. También miradas, gestos fugitivos. Un día le pregunté repentinamente
si conocía a Haushofer. Me miró extrañado, miró a Hedwig.
—Haushofer?
Pareció hacer memoria. Luego la interrogó a ella:
—No era aquel profesor de filosofía en Zürich? Hedwig también había puesto cara
de sorpresa. Porque no lo conocían o porque los había tomado desprevenidos con
algo fundamental?
Schneider me preguntó si se trataba de un profesor de filosofía.
—No —respondí—. Otra persona. Me pareció que usted o Hedwig lo mencionaron
una vez.
Se miraron como compañeros de baraja y luego él agregó:
—Pues no lo creo. Ni siquiera me parece que aquel profesor de Zürich se llamaba
Haushofer.
Le dije que no tenía importancia. Era por un tema que me interesaba sobre un
general con ese nombre.
Se dio vuelta para llamar al mozo y pedir otra cerveza, mientras su amiga buscó
algo en la cartera. Ninguno de los dos gestos me parecieron naturales.
El Dr. Arrambide pertenece al conjunto de personas que toman a Schneider en
broma. Se propone llevarlo a una de las sesiones de espiritismo que organiza Memé
Varela y sé que a mis espaldas se ríe de mí. Ese Descartes de bolsillo nunca
comprenderá que para desenmascarar a esos agentes hay que ser un creyente
como yo, no un escéptico como él (acabo de decir Descartes, pero debería haber
dicho Anatole France de bolsillo: seguro que es uno de sus escritores favoritos). No
para desenmascararlo como él acostumbra, claro, sino para desenmascararlo en
sentido inverso, en el único y temible sentido: para probar que no es un
mistificador de feria sino que verdaderamente está vinculado con las potencias
tenebrosas.
El apellido podía ser falso, qué duda cabe. Además, y aunque fuera auténtico, no
tenía por qué ser judío, por más aspecto que tuviese. Hay miles de suizos y
alsacianos con ese nombre. Pero en el caso de que lo fuera, podía extrañar que un
judío estuviera estrechamente relacionado con una condesa, hija de un general de
los ejércitos hitleristas. No veo el inconveniente. Hay judíos más antisemitas que
los propios alemanes puros, y en alguna forma es psicológicamente explicable. No
se dice que Torquemada era judío? El propio Hitler tuvo un abuelo o abuela semita.
Todo en Schneider era ambiguo, empezando porque nunca pude saber dónde vivía.
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