podía suplicarme? Quizá cometí un error, pero fue por esa fugitiva expresión que
volví a verla. Le pedí el teléfono.
—Eso, eso —comentó Schneider con un tono que me pareció sarcástico—, dale tu
teléfono.
Apenas me separé corrí a una librería a consultar un Gotha: si me habían mentido
sobre la real personalidad de Hedwig tendría que ponerme en guardia con mayor
razón. En la segunda parte figuraba la familia: católicos, descendientes de Conrad
ab dem Rosenberg, 1 32 2 . Seguía la lista de barones, condes, señoras de la Baja
Austria, príncipes del Santo Imperio, etc. Entre los últimos descendientes, la
condesa Hedwig-Marie-Henriette-Gabrielle von Rosenberg, nacida en Budapest en
1 9 22 .
Estas referencias me tranquilizaron pero sólo por un momento. Pues casi en
seguida reflexioné que Schneider no podía ser tan tonto como para engañarme con
algo fácilmente verificable. Sí, ella era de verdad la condesa Hedwig von
Rosenberg. Pero qué probaba eso? De todos modos, cuando la encontré de nuevo
lo primero que hice fue reprocharle que de entrada no me hubiese dado su
identidad.
—Para qué? Qué importancia tenía? —argumentó.
Claro, no le podía confesar lo que para mí implicaba tener la seguridad absoluta
sobre las personas que entraban en contacto conmigo.
—En cuanto a los judíos —agregó sonriendo—, es cierto que Rosenberg suele ser un
apellido judío. Pero, además de eso, uno de mis parientes, el conde Erwin, a
comienzos de siglo se casó con una norteamericana, Cathleen Wolff, separada de
un señor Spotswood, los dos judíos.
Durante meses viví obsesionado con las hipótesis que me había formulado. Era
temible saberme vigilado por un hombre como Schneider, y de alguna manera me
parecía preferible la posibilidad del vicio. Drogas? Podía ser el jefe de una
organización de ese género y la condesa un instrumento. Esta posibilidad era
preferible. Pero el alivio era relativo, porque si se trataba de eso, para qué me
buscaban? Schneider me inquietaba por lo que podía hacer conmigo durante el
sueño o en sueños provocados. Creo en el desdoblamiento del cuerpo y del alma,
porque de otro modo es imposible explicar las premoniciones (he escrito un ensayo
sobre eso, usted lo conoce). También la reminiscencia. Hace unos años, en Belén,
cuando se acercaba un anciano de barba blanca y albornoz, tuve la sensación
confusa pero firme de que esa escena la había vivido alguna otra vez; y sin
embargo nunca antes había estado allá. Durante la infancia he sentido de pronto
que hablaba y me movía como si fuera otro. Hay individuos que tienen el poder de
provocar el desdoblamiento, sobre todo en los que, como yo, somos propensos a
sufrirlo de modo espontáneo. Al verlo a Schneider tuve la certeza de que tenía ese
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