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probablemente. Medite un poco en lo que me comentó en aquel entonces, a propósito de la descripción que Castel hace de los ciegos: —Conque la piel fría, eh? Lo dijo riéndose, claro. Pero después, con los años, esa risa cobraba un sentido siniestro. Le advierto que ese tipo se reía como podría bailar un lisiado. Doce años después se me cruzaba de nuevo en el camino para comentarme algo. Para comentarme qué? Algo sobre Fernando Vidal Olmos. Se da cuenta? Pero antes quiero explicarle cómo lo conocí. Los seres humanos que más lo quieren a uno pueden ser utilizados por las fuerzas malignas para embromarnos. Y si lo piensa un instante, resulta comprensible. Fue por Mabel, la hermana de Beba, que conocí al doctor Schneider. Y digo doctor porque así me lo presentaron, aunque jamás nadie pudo saber qué clase de doctorado detentaba ni dónde lo había obtenido. En realidad, no fue Mabel de manera directa, sino a través de uno de aquellos integrantes de lo que denominábamos la Legión Extranjera de Mabel: un conjunto de húngaros, checos, polacos, alemanes y servios (o croatas: qué cosa, aquí uno no los puede distinguir y allá se degüellan por sus diferencias). En fin, toda esa clase de gente que fue cayendo sobre Buenos Aires como paracaidistas durante o en seguida de la segunda guerra. Aventureros, condes reales y apócrifos, actrices y baronesas que hacían espionaje (voluntaria o forzadamente), profesores rumanos, colaboracionistas o nazis, etc. Entre ellos había también excelentes personas, arrastradas por la vorágine. Pero esa misma mezcla de buena gente con aventureros era lo que hacía más peligrosa la situación. Uno de aquellos tipos de la Legión Extranjera, que más tarde desapareció, dicen, en las selvas del Matto Grosso, fue el que se empeñó (ésa es la palabra) en que yo conociera al Dr. Schneider. Como le dije, mi novela acababa de salir, de modo que habrá sido por el 48. Y uno de los hechos que años más tarde, cuando salió HÉROES Y TUMBAS, me volvió inquietamente a la memoria, era que un extranjero sin preocupación por la literatura argentina le hubiese dicho al amigo de Mabel que "tenía sumo interés" en conocer al autor de EL TÚNEL. Nos encontramos en el ZUR POST. Me pareció uno de esos individuos del Medio Oriente, que tanto pueden ser sefarditas como armenios o sirios. Era muy corpulento, cargado de hombros, hasta el punto de parecer medio jorobado. De anchísimas espaldas, con brazos poderosos y manos velludas, con pelos muy negros en el dorso. En rigor, con excepción de la cara afeitada, pero con una barba que empezaba a brotarle apenas pasada la máquina, de todos lados le salían pelos negros, gruesos y rizados. De las orejas, por ejemplo. Sus cejas eran enormes y casi juntas, cubriendo como un balcón lleno de yuyos sucios y oscuros grandes ojos avellanados. Sus labios eran lo que podía esperarse de ese conjunto: si no hubiesen 48