El chico era alto para su edad, más que lo normal, y sus movimientos le
confirmaron la impresión producida mientras permanecía sentado: era áspero y
violento, en toda su actitud se adivinaba el rencor. No sólo contra Sabato: contra la
realidad entera.
Cuando estuvo frente a él, con una voz excesiva para su comentario, casi gritando,
le dijo:
—Vimos una foto suya en esa revista GENTE.
La cara que puso al decir "esa revista" es la que ciertas personas ponen cuando
tienen que pasar cerca de excrementos. Sabato lo miró como preguntándole qué
significaba su observación.
—Y hace poco salió un reportaje —agregó como si lo acusara.
Aparentando no advertir el tono, Sabato admitió:
—Sí, efectivamente.
—Y ahora, en el último número, lo vi asistiendo a la inauguración de una boutique
en el pasaje Alvear.
Sabato estaba al borde del estallido. No obstante, respondió haciendo un último
esfuerzo para contenerse:
—Sí, la boutique de una pintora amiga.
—Amigas que tienen boutique —agregó con sorna el chico.
Entonces, Sabato explotó, levantándose:
—Y quién sos vos para juzgarme y para juzgar a mis amigos? -gritó.
—Yo? Tengo mucho más derecho de lo que una persona como usted puede
imaginar.
Sin darse cuenta, Sabato se encontró dándole una bofetada que casi lo hace caer.
—Mocoso insolente! —gritó, mientras todo el mundo se interponía y alguien
arrastraba de un brazo al chico hacia su mesa. También la hermana se había
levantado, corriendo hacia e