sombría de observar la realidad. Ahora se explicaba aquella primera sensación de
ojos negros, que en realidad eran verdosos.
El hallazgo lo sobresaltó redoblándose su ansiedad por lo que estaban discutiendo.
Sentirían otros escritores lo que él experimentaba ante un desconocido que ha leído
sus libros? Una mezcla de vergüenza, curiosidad y temor. A veces, como en ese
momento, era un chico, un estudiante que lleva las insignias de sus tribulaciones y
amarguras, y entonces trataba de imaginarse por qué leía sus libros, qué páginas
podrían ayudarlo en sus ansiedades, y cuáles, por el contrario, sólo servirían para
intensificarlas; qué fragmentos marcaría con ferocidad o alegría, como prueba de
su rencor contra el universo, o como confirmación de una sospecha sobre el amor o
la soledad. Pero otras veces era un hombre, una dueña de casa, una mujer de
mundo. Lo que más le asombraba era esa variedad de seres que pueden leer el
mismo libro, como si fueran muchos y hasta infinitos libros diferentes; un único
texto que no obstante permite innumerables interpretaciones, distintas y hasta
opuestas, sobre la vida y la muerte, sobre el sentido de la existencia. Porque de
otro modo resultaba incomprensible que apasionase a un muchacho que piensa en
la posibilidad de asaltar un banco y a un empresario que ha triunfado en los
negocios. "Botella al mar", se ha dicho. Pero con un mensaje equívoco, que puede
ser interpretado de tantas maneras que difícilmente el náufrago sea localizado. Más
bien una vasta posesión, con su castillo bien visible, pero también complicadas
dependencias para sirvientes y súbditos (en algunas de las cuales tal vez esté lo
más importante), cuidados parques pero también enmarañados bosques con
lagunas y pantanos, con temibles grutas. De modo que cada visitante se siente
atraído por partes diferentes del vasto y complejo dominio, fascinado por las
oscuras grutas y disgustado por los cuidados parques, o recorriendo con temeroso
furor las grandes ciénagas pobladas de serpientes mientras otros escuchan
frivolidades en los salones estucados.
En cierto momento, las cosas que decía el muchacho parecieron inquietar a su
hermana, que en voz baja pareció recomendarle algo. Él, entonces, medio se
incorporó, pero ella, agarrándolo de un brazo, lo forzó a sentarse de nuevo.
Observó en ese gesto que ella también tenía manos fuertes y huesudas, y
demostraba una notable fuerza en sus músculos. La discusión prosiguió, o mejor
dicho él siguió argumentando y ella oponiéndose a algo que estaba en juego. Hasta
que por fin el chico se levantó bruscamente y antes de que ella pudiera detenerlo
se dirigió hacia donde estaba Sabato.
A menudo había asistido a las vacilaciones de un estudiante en un café que por fin
se decidía a acercársele. Por esa larga experiencia, calculó que se produciría algo
muy desagradable.
43