Test Drive | Page 43

sombría de observar la realidad. Ahora se explicaba aquella primera sensación de ojos negros, que en realidad eran verdosos. El hallazgo lo sobresaltó redoblándose su ansiedad por lo que estaban discutiendo. Sentirían otros escritores lo que él experimentaba ante un desconocido que ha leído sus libros? Una mezcla de vergüenza, curiosidad y temor. A veces, como en ese momento, era un chico, un estudiante que lleva las insignias de sus tribulaciones y amarguras, y entonces trataba de imaginarse por qué leía sus libros, qué páginas podrían ayudarlo en sus ansiedades, y cuáles, por el contrario, sólo servirían para intensificarlas; qué fragmentos marcaría con ferocidad o alegría, como prueba de su rencor contra el universo, o como confirmación de una sospecha sobre el amor o la soledad. Pero otras veces era un hombre, una dueña de casa, una mujer de mundo. Lo que más le asombraba era esa variedad de seres que pueden leer el mismo libro, como si fueran muchos y hasta infinitos libros diferentes; un único texto que no obstante permite innumerables interpretaciones, distintas y hasta opuestas, sobre la vida y la muerte, sobre el sentido de la existencia. Porque de otro modo resultaba incomprensible que apasionase a un muchacho que piensa en la posibilidad de asaltar un banco y a un empresario que ha triunfado en los negocios. "Botella al mar", se ha dicho. Pero con un mensaje equívoco, que puede ser interpretado de tantas maneras que difícilmente el náufrago sea localizado. Más bien una vasta posesión, con su castillo bien visible, pero también complicadas dependencias para sirvientes y súbditos (en algunas de las cuales tal vez esté lo más importante), cuidados parques pero también enmarañados bosques con lagunas y pantanos, con temibles grutas. De modo que cada visitante se siente atraído por partes diferentes del vasto y complejo dominio, fascinado por las oscuras grutas y disgustado por los cuidados parques, o recorriendo con temeroso furor las grandes ciénagas pobladas de serpientes mientras otros escuchan frivolidades en los salones estucados. En cierto momento, las cosas que decía el muchacho parecieron inquietar a su hermana, que en voz baja pareció recomendarle algo. Él, entonces, medio se incorporó, pero ella, agarrándolo de un brazo, lo forzó a sentarse de nuevo. Observó en ese gesto que ella también tenía manos fuertes y huesudas, y demostraba una notable fuerza en sus músculos. La discusión prosiguió, o mejor dicho él siguió argumentando y ella oponiéndose a algo que estaba en juego. Hasta que por fin el chico se levantó bruscamente y antes de que ella pudiera detenerlo se dirigió hacia donde estaba Sabato. A menudo había asistido a las vacilaciones de un estudiante en un café que por fin se decidía a acercársele. Por esa larga experiencia, calculó que se produciría algo muy desagradable. 43