Se había sentado en un rincón, como siempre, y desde allí observaba a los dos
ocupantes de esa mesita que da sobre la avenida Quintana. Le era posible ver bien
a la chica, porque estaba de frente y porque la luz de la tarde le daba sobre la cara.
Pero al muchacho lo veía de espaldas, aunque por los movimientos de su cabeza
distinguía, fugazmente, su perfil.
Era la primera vez que los encontraba. De eso estaba seguro, porque la expresión
de ella era inolvidable. Por qué? Al comienzo no acertaba a comprenderlo.
Su pelo era muy corto, de color bronce oscuro, de bronce sin lustrar. Los ojos a
primera vista también parecían oscuros, pero luego se advertía que eran verdosos.
La cara era huesuda, fuerte, con una mandíbula muy apretada y una de esas bocas
que resultan salientes como consecuencia, seguramente, de una dentadura que
avanza hacia adelante. En esa boca se sentía la obstinación de alguien que es capaz
de guardar un secreto hasta en medio de la tortura. Tendría diecinueve años. No:
veinte años. Casi no hablaba, limitándose a escuchar al chico, con una mirada
profunda y remota, un poco como abstraída, que la hacía memorable. Qué había en
su mirada? Pensó que quizá tuviera una ligera desviación en los ojos.
No, no la había visto nunca. Y no obstante tenía la sensación de estar viendo algo
ya conocido. Habría encontrado alguna vez a una hermana? A la madre? La
sensación del "ya visto", como siempre le sucedía, le provocaba desazón, una
desazón acentuad