rumores equívocos, etc. Ignoraba que todo eso era promovido por una potencia
sutilísima y por eso mismo más temible.
Así pasaban los meses. Hasta que M. le contó otro sueño: Ricardo debía operar a
alguien. Se lo veía extendido en una camilla e iluminado por los proyectores del
quirófano. Ricardo le quitó la manta y entonces se vio que estaba envuelto en un
vendaje de momia. Hizo un corte en la polvorienta y antiquísima tela, y luego en la
piel apergaminada, a lo largo del pecho y del vientre, sin que saliera una sola gota
de sangre. En lugar de las entrañas, apareció un enorme gusano negro del tamaño
de la cavidad abierta, más o menos de unos treinta centímetros de largo, que
comenzó a moverse y a emitir seudopodios que en seguida se transformaron en
nerviosísimas extremidades. En pocos segundos, el gusano se metamorfoseó en un
diablo negro en miniatura que saltó sobre la cara de M.
M. comentó que en su opinión eso tenía que ver con Patricio.
Sabato se quedó mirándola, perplejo, porque conocía sus condiciones de vidente.
Quedó oscuramente alterado.
Estaba frente a LA BIELA.
Se sentó en un rincón apartado y empezó a hacer un censo, mientras imaginaba
que lo observaban, que pretendían conocerlo (qué verbo tan arrogante y falaz), que
seguían sus vicisitudes a través de reportajes (según esa fantasía del mundo
moderno por la que se cree que un hombre puede ser revelado a través de una
hora de conversación mal transcripta). Y todo eso no significaba nada. Debajo,
como todos, vivía la vida de los sueños, los vicios secretos que pocos o nadie
sospechaban. En el subsuelo, el grotesco tumulto, el facineroso hacinamiento.
Arriba, se iba a la Embajada de Francia, donde cortésmente se emitían y recibían
las mentiras y los lugares comunes que pueden y deben decirse en una embajada:
con maneras afables, con comprensión y cortesía. Y gracias si además no se estaba
ingenioso y brillante. Porque entonces, mientras al acostarse uno se quitaba los
pantalones era inevitable recordar a Kierkegaard haciendo lo mismo y diciendo
"subyugué a la concurrencia y al encontrarme solo, en mi cuarto, tuve ganas de
pegarme un tiro".
Hasta que vio a los chicos.
UN PEDIDO DE CUENTAS
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