alguien para quien el universo es horrible, o trágicamente transitorio e imperfecto.
Porque no hay una felicidad absoluta, pensaba. Apenas se nos da en fugaces y
frágiles momentos, y el arte es una manera de eternizar (de querer eternizar) esos
instantes de amor o de éxtasis; y porque todas nuestras esperanzas se convierten
tarde o temprano en torpes realidades; porque todos somos frustrados de alguna
manera, y si triunfamos en algo fracasamos en otra cosa, por ser la frustración el
inevitable destino de todo ser que ha nacido para morir; y porque todos estamos
solos o terminamos solos algún día: los amantes sin el amado, el padre sin sus
hijos o los hijos sin sus padres, y el revolucionario puro ante la triste
materialización de aquellos ideales que años atrás defendió con su sufrimiento en
medio de atroces torturas; y porque toda la vida es un perpetuo desencuentro, y
alguien que encontramos en nuestro camino no lo queremos cuando él nos quiere,
o lo queremos cuando ya él no nos quiere, o después de muerto, cuando nuestro
amor es ya inútil; y porque nada de lo que fue vuelve a ser, y las cosas y los
hombres y los niños no son lo que fueron un día, y nuestra casa de infancia ya no
es más la que escondió nuestros tesoros y secretos, y el padre se muere sin
habernos comunicado palabras tal vez fundamentales, y cuando lo entendemos ya
no está más entre nosotros y no podemos curar sus antiguas tristezas y los viejos
desencuentros; y porque el pueblo se ha transformado, y la escuela donde
aprendimos a leer ya no tiene aquellas láminas que nos hacían soñar, y los circos
han sido desplazados por la televisión, y no hay organitos, y la plaza de infancia es
ridículamente pequeña cuando la volvemos a encontrar.
Oh, hermano mío, pensó con palabras altisonantes, para púdicamente ironizar ante
sí mismo su tristeza, que al menos intentaste lo que yo nunca tuve fuerzas para
hacer, lo que en mí jamás pasó de abúlico proyecto, que trataste de lograr lo que
aquel sufriente negro con su blues, en el sórdido cuartucho de una ciudad sucia y
apocalíptica; cuánto te comprendo para querer verte enterrado, descansando en
esta pampa que tanto añoraste, y para soñarte sobre tu lápida una pequeña
palabra que al fin te preservase de tanto dolor y soledad!
Sus pasos lo llevaron calladamente en la noche hacia su casa de la niñez, ahora de
otros. Había luces, dentro. Quiénes eran aquellas gentes?
Es el alma un extraño en la tierra?
Adónde dirige sus pasos?
Es la voz lunar de la hermana a través de la noche sagrada la que oye el peregrino
el sombrío
en su barca nocturna
en los estanques lunares
entre podridos ramajes, entre muros leprosos.
El delirante está muerto
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