llevado al Pergamino y que allá lo habían matado, por venganza. Lo estaban
ocultando. Por qué lo ocultaban? Eh? Por qué? murmuró llorando, aunque no había
lágrimas en sus ojos, porque ya no tenía agua en su cuerpo; pero por el ruido y por
la peculiar agitación de su cuerpo se infería que era llanto lo que aquel casicadáver
producía: un llanto seco y pequeñito, una especie de casicadáver de llanto. Dónde
estaba Juancho? Eh? Dónde estaba? En el Pergamino, murmuró una vez más, antes
de entrar en una crisis que todos tomaron por la crisis final: respiraba como si
alguien estuviera tratando de ahogarlo, se revolvía con furia en el lecho, de su boca
salían gemidos y trozos, pedregullos de palabras. Se destapaba, aullaba. Hasta que
de pronto su cara se puso rígida y hubo que sujetarlo para que no se arrojara de la
cama. Luego, de su boca, como del agujero que da salida a un oscurísimo y
maloliente pozo profundo, salieron acusaciones a los enemigos que habían matado
a su hijo. Y después cayó, inerte, como desplomándose desde sí mismo.
Todos se miraron. Nicolás se acercó a verificar si respiraba. Pero una vez más
superó la crisis. Era una bolsa de huesos y carne podrida, pero su espíritu resistía y
se refugiaba en el corazón, la última fortaleza que le quedaba, cuando ya el resto
del cuerpo se derrumbaba, desalentado, hacia la muerte.
Con voz apenas oíble, agotado por el esfuerzo, masculló algo. Nicolás acercó su
oído a los labios y descifró el mensaje: "qué triste es morir". Eso era lo que parecía
haber dicho. Y luego recomenzó la lucha, como un guerrero que reúne las escasas y
deshechas huestes derrotadas para volver con ellas al inútil (pero hermoso)
combate.
Sus huestes! pensaba Bruno. Pero si apenas contaba con el corazón, con aquel
débil y agotado corazón. Pero ahí estaba, en cada uno de sus débiles latidos le
aseguraba que aún estaba ahí, a su lado, que todavía resistirían.
Aquella ruina tuvo un momento de lucidez, reconoció a Bruno, tristemente le
sonrió, pareció querer hablarle. Bruno se aproximó a su boca pero nada pudo
entender, aunque su padre le señalaba su cuerpo, los restos de su cuerpo.
Se había quedado momentáneamente con él, y en su mirada ahora más calma le
pareció a Bruno vislumbrar una sonrisa de incredulidad, mezcla de satisfacción e
ironía. Hizo otro gesto de hablar. Bruno acercó su oído. Juancho, murmuró. Estaba
tratando de dormir. Quedó pensativo. Después de un rato volvió a mascullar algo.
Cómo, cómo? Terreno? Qué terreno? Pareció ponerse de mal humor, hizo un gran
esfuerzo, palabras inconexas que jamás habrían podido ser entendidas por un
extraño, pero que Bruno logró juntar en su orden debido, como alguien que conoce
un idioma antiguo y descifra un texto con fragmentos casi ilegibles: de la parte que
habría de tocarle, una porción quería que fuese para un terreno. Su vieja manía: la
tierra que fija.
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