muchachones, que antes heredaban de unos a otros la tradición de reírse de
Barragán, ahora se callaban cuando él entraba.
Ya no predicaba. Se había vuelto hosco y retraído.
Pero cuando el dragón se le apareció, supo que los tiempos llegaban y que él tenía
un deber que cumplir.
Así que el Cristo sabía lo que quería decirle con su expresión de pena y de severa
tristeza. Sí, él era un pecador, vivía de la limosna, de los diarios que le facilitaba
Berlingieri. Era un vago y para colmo mantenía en secreto la Visión.
Aquel día, a la tardecita, después de haber meditado durante muchas horas por la
Dársena, entró al café, pidió su caña y dándose vuelta hacia donde estaban
Loiácono, Berlingieri, el chueco Olivari y el rengo Acuña, dijo:
—Muchachos, anoche se me apareció el Cristo.
Estaban hablando del partido con Racing. Se produjo un silencio de muerte. Los
chicos dejaron de jugar al billar y todos lo miraron con gravedad. Barragán los
observó con rigidez, mientras su cuerpo temblaba. Después agregó:
—Pero antes, en la madrugada, desde la esquina de Brandsen y Pedro de Mendoza
tuve otra visión.
Todos lo miraban tensamente. Con voz trémula, Barragán dijo:
—En el cielo, para el lado de afuera, ocupaba la mitad del cielo. La cola llegaba
hasta el suelo.
Se detuvo, le daba quizá temor o vergüenza. Luego dijo, en voz baja:
—Un dragón colorado. Con siete cabezas. De las narices echaba fuego.
Se produjo un largo silencio. Después, Natalicio Barragán agregó:
—Porque el tiempo está cerca, y este Dragón anuncia sangre y no quedará piedra
sobre piedra. Luego, el Dragón será encadenado.
UNA RATA CON ALAS
Sin que atinara a nada (para qué gritar? para que la gente al llegar lo matara a
palos, asqueada?), Sabato observó cómo sus pies se iban transformando en patas
de murciélago. No sentía dolor, ni siquiera el cosquilleo que podía esperarse a
causa del encogimiento y resecamiento de la piel, pero sí una repugnancia que se
fue acentuando a medida que la transformación progresaba: primero los pies, luego
las piernas, poco a poco el torso. Su asco se hizo más intenso cuando se le
formaron las alas, acaso por ser sólo de carne y no llevar plumas. Por fin, la
cabeza. Hasta ese momento, había seguido el proceso con su vista, y aunque no se
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