Test Drive | Page 340

olor a excrementos y orina, de pronto era torturado en la mesa, o era golpeado en el vientre, o le retorcían los testículos. Todo era confuso, los nombres que le decían, los gritos, los insultos, los escupitajos sobre la cara. En un momento sintió que lo arrastraban de los pelos por el corredor apenas alumbrado y lo arrojaban de nuevo en aquel calabozo hediondo y pegajoso. Creía estar solo. Pero al rato, en la penumbra, a través de sus ojos que parecían salirse de las órbitas, hinchados, desde donde veía todo como una fantasmagoría turbia, le pareció entrever a otro que estaba sentado en el suelo. El otro murmuró algo. No sabía, lo acusaban de ser miembro del FAR. Del FAR? Había dicho que sí a todo, tenía mucho miedo. Qué le parecía? Su tono era de ruego, de disculpa. —Sí —musitó Marcelo. Sí, qué, rogó el otro. Que estaba bien, que no debía preocuparse. El otro se quedó callado. Oyeron nuevos alaridos y luego los intervalos de silencio (el trapo en la boca, pensaba Marcelo). Sintió que el otro se arrastraba hacia él. —Cómo te llamás —le preguntó. —Marcelo. —Te torturaron mucho? —Más o menos. —Cantaste. —Claro. El otro quedó en silencio. Después dijo: quisiera orinar, pero no puedo. Dormita, como un sueño sobre un desierto ardiente, erizado de puntas de fuego. Hasta que lo sacuden a patadas. Vienen de vuelta. Cuánto tiempo ha pasado? Un día o dos? No lo sabe. Sólo quiere morir de una vez. Lo arrastran de los pelos hasta un lugar iluminado, otra pieza de tortura. Le muestran una masa informe, de llagas, de inmundicia. —No lo reconocés, eh. Es el Gordo, de nuevo, con su voz helada. Ahora le parece reconocerlo, cuando aquello intenta un gesto, algo que parece un gesto de amistad. Cuando comprende quién es vuelve a desmayarse. Despierta en la misma pieza, le han dado algo, quizá una inyección. Traen a una mujer embarazada, un médico la examina, pueden darle, dice. Vas a perder el hijo, reputísima. La picanean en los senos, en la vagina, en el ano, en las axilas. La violan. Luego le meten un palo, mientras al lado se oyen los gritos, los aullidos de otro: —Es el marido —le explica el Gordo. 340