Test Drive | Page 339

Marcelo empezó a ver desde fuera lo que le habían hecho a él, se repetían los mismos horrores, las mismas monstruosas contorsiones. —Paren. Le acercaron a la chica. —Cómo se llama? —Esther. Esthercita, los hombres te han hecho mal, canta uno de los del grupo. El Gordo le dice callate, ahora. —Dónde la conociste. —En la fábrica. —Qué relación tiene con vos. —Es mi novia. —Nada que ver con la política, no? —No, nada que ver. Es nada más que mi novia. —Nunca hablaban de política, no? —Todo el mundo hoy habla de política. —Ah, bueno. Y ella sabía que vos estabas con los Montos, me supongo. —Yo no estoy con los Montos. Se rieron con ganas. —Bueno, está bien. No vamos a discutir macanas. Desnúdenla. Buzzo gritó: "No hagan eso!" Su grito fue casi salvaje. El Gordo lo miró. Con una especie de cortesía helada le preguntó: —Lo vas a impedir vos? Buzzo lo miró y dijo: —Es cierto, ahora no puedo hacer nada. Pero si alguna vez salgo de aquí juro que buscaré a cada uno de ustedes para matarlos. Todos se quedaron un momento en suspenso. Sus caras demostraron enorme regocijo. El Gordo se dio vuelta hacia ellos y les dijo qué esperaban. Entonces le arrancaron la ropa a jirones. Marcelo no podía dejar de mirar con horror, con una especie de fascinación alucinada. La chica era modesta, pobre, pero tenía la humilde belleza de algunas muchachas aindiadas de Santiago del Estero. Sí, es cierto, ahora recordaba las pocas palabras que había pronunciado: tenía el acento santiagueño. Mientras le arrancaban las ropas, gritaban, se reían con morbosa nerviosidad, uno sobre todo, enorme y sucio, gritaba yo primero. En el momento en que el individuo que llamaban el Turco, babeante y enloquecido, se lanzó sobre ella, mientras los otros gritaban, la manoseaban, se masturbaban y el muchacho amarrado a la mesa gritaba Esthercita! Marcelo perdió el conocimiento. Desde aquel momento ya no tuvo noción de tiempo, ni de lugar. De pronto se encontraba tirado en un calabozo (el mismo de antes?), con el mismo 339