valor, jamás había hecho algo para aliviar la tristeza o el hambre de un solo chico
miserable. En realidad, para qué servía?
El Gordo le mostró una botella de coca-cola helada.
Iba a hablar?
Marcelo no hizo ningún signo.
Entonces el otro abrió la botella y arrojó el contenido burbujeante sobre el cuerpo
de Marcelo.
—Métanle el trapo —ordenó con cólera—. Y delen la máxima.
El horror recomenzó, hasta que todo se hizo negro y perdió el conocimiento.
Cuando volvió en sí, como si surgiera destrozado de entre escombros ardientes,
oyó palabras que no entendía bien, algo de doctor, de inyección. Sintió un pinchazo
en alguna parte. Después oyó "hay que dejar por un tiempo".
Empezaron a hablar entre ellos, algo del domingo, una playa en Quilmes, se reían
mucho, se quejaban de perder la fiesta de fin de año. Oía nombres: el Turco,
Petrillo o Potrillo, el Gordo, el Jefe. Recomenzaron los gritos y aullidos en algún
cuarto vecino. Por qué no lo revientan? dijo uno de ellos. Alguien se le acerca y le
dice oís? es tu amigo Palacios, no le ponemos trapo para que lo oigás, después te lo
mostramos.
Su cabeza está rellena de algodón ardiendo con alcohol, tiene una sed que no
puede resistir, mientras siente que ellos dicen "esta cerveza no está bien helada,
hay que embromarse". Seguían los alaridos. Palito, con sus huesitos pegados a la
piel, el rancho, el Comandante, el hombre nuevo.
—Bueno, muchachos, a laburar —dice alguien, seguramente el Gordo—. El doctor
dice que a éste hay que dejarlo un rato. Le sacan las ligaduras y lo arrojan al suelo.
—Traigan a la turrita esa y a Buzzo.
Los traen, arrastrándolos de los pelos.
A Marcelo lo han sentado en el suelo contra la pared y lo obligan a mirar: ella es
una chica de alrededor de diecinueve o veinte años, él tendrá unos años más.
Tienen aspecto de muchachos trabajadores, humildes.
Al llamado Buzzo lo desnudan y lo amarran sobre la misma mesa en que habían
torturado a Marcelo, mientras los otros tienen agarrada a la chica. El Gordo le dice
a Buzzo que le conviene hablar antes de aplicarle la máquina y de inutilizarle la
novia.
—Ya sabemos que los dos están en los Montos. Ya el